1. Joanne

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Era una mañana gris, nublada y helada. Una de esas mañanas en las que se mira con añoranza por la ventana esperando que empiece a brillar el sol. Era una de esas mañanas que te llenan de intriga y te hacen preguntarte si ese día sería especial de alguna manera.

   La nieve caía copiosamente sobre un césped que hace días estaba helado y congelado, muchas de las preciadas plantas del jardín habían perdido todas sus hojas y daban un aspecto abandonado a la hermosa casa gris de varios pisos.

   En fin, era una mañana gris nublada y helada, y debía serlo; el otoño estaba llegando a su fin y la temperatura no parecía querer subir ni unos cuantos grados.

   Era una de aquellas mañanas en las que te sientas en el alféizar de la ventana y miras hacia afuera esperando cualquier cosa, o una de esas mañanas en que te encaminas en busca de alguien a través del frío.

   Una mano se agitó detrás del cristal y yo le devolví el saludo a mi vez tratando de abrirme paso lentamente por el camino de la entrada, donde la nieve inmaculada me llegaba hasta la mitad de las pantorrillas y me entraba en las botas mientras avanzaba con dificultad.

   Cuando finalmente llegué al porche de la imponente mansión el ama de llaves de la casa me esperaba con su constante seriedad. Me acompañó por las escaleras que yo ya había recorrido tantas veces hasta la habitación de mi amiga.

   Toqué repetidamente la puerta de madera noble hasta que una voz impaciente me respondió del otro lado y pude entrar.

   Quizás aquella fuese la parte que más desencajaba con la casa, tan imponente y elegante. La habitación era sumamente ordenada en apariencia, los cojines coloridos estaban en un rincón sobre un grupo de sillones cómodos y los animales de felpa descansaban sobre la cama ordenados con pulcritud. En un escritorio reinaba el verdadero caos. Papeles rotos y arrugados hasta ser reducidos a bolas deformes estaban tirados por todas partes, libros abiertos y cerrados estaban sobre el suelo de madera y en la pared habían sido pegados centenares de pósteres de cosas que solo ella lograba entender.

   Pero después de todo yo casi había crecido en aquella habitación y mientras me fijaba en todo aquello unos grandes ojos azules con destellos verdes y plateados me miraban inquisitivamente antes de volver a mirar por la ventana y dar unos toquecitos al cristal escarchado con la uña del índice. Un pájaro alzó el vuelo desde un árbol del patio y desapareció dejando atrás lo que parecía ser un mundo exánime.

   Ella saltó del alféizar perezosamente.

   -Odio este otoño- declaró inexpresivamente-. Hoy hace demasiado frío, no quiero salir. Vamos, Joanne, quedémonos en casa y hagamos algo divertido.

   Me miró implorante, si hubiese sido yo otra quizás habría accedido a quedarme pero la verdad era que siendo quien era no iba a faltar el primer día de clases tras vacaciones porque a mi mejor amiga se le ocurriera que hacía “demasiado frío”.

   -Si no te vistes pronto llegaremos tarde y las demás… bueno ya sabes cómo se ponen las demás.

   Ella sabía, ya habíamos hecho esa clase de cosas unas cuantas veces antes y nos habían armado una buena bronca luego.

   Lo único que hizo antes de desistir de su intento de faltar a clase fue gruñir un poco y entrar al ropero que técnicamente era otra habitación gigantesca. Yo me senté pacientemente en uno de los sillones donde pasado un rato la mota de pelo gris de mi amiga se restregó contra mis piernas rogando mimos. Tomé al schnautzer miniatura del suelo y lo subí a mi regazo hasta que el cariño le resulto excesivo y volvió a marcharse.

   Al rato una figura refunfuñarte salió del armario con mal humor mirándome desafiantemente, pero le corté antes de que empezara a quejarse de su destino.

1. Historia de los Guardianes: Otoño. |En edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora