40. Joanne

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-Y dime, guardiana ¿es una acción común que la guardiana de fuego se prenda fuego a si misma hasta quedar hecha cenizas fingiendo su propia muerte? Porque he escuchado que otras veces has hecho lo mismo ¿Debemos esperar que el guardián de fuego reaparezca también?

   Hunter hablaba demasiado, la cabeza empezó a zumbarme y a darme vuelcos y más vuelcos mientras sentía como si un martillo hidráulico estuviera trabajando con mi cabeza y acabé temblando de pies a cabeza de manera incontrolable. 

   -¿Que comiste?

   Al intentar responderle me castañearon los dientes con violencia así que mantuve la boca cerrada. 

   Creo que en algún punto entre el frio y calor extremo sentía me desmayé de nuevo sin remedio. Lo siguiente que sentí fue como me depositaban en una cama y vociferaban un nombre. 

   Apareció una robusta anciana con expresión seria.

   -¿Que desea, señor?

   -Atiende a la joven, parece envenenamiento por fruta de fuego.

   -No hay cura para eso, señor, salvo la muerte ¿La mato? 

   Se escuchó es estruendo de álgido que se quebraba.

   -Pues inventa la cura. Nos echaras encima al dios de la chica si la matas. 

   -Llama a un tal Grey y no a su dios. ¿Por qué no busca al joven que ella llama?

   Hunter gritó una maldición y no volví a escucharlo en las largas horas siguientes. La gentil anciana que había propuesto matarme me atendió con paños fríos y sabanas. Tenía vívidas pesadillas y hasta alucinaciones causadas por la fiebre que aumentaba sin parar. Sentía como si fuera a quemarme viva, como si fuese fuego lo que corría por mis venas y en esos momentos hubiera agradecido que Domenica acabara con mi vida tal y como había sugerido, en vez de dejar que pasara por aquello. 

   -Esto es lo último, querida, ya no hay más hasta que el señor Hunter vuelva- me anunció la anciana en un momento avanzado de la noche entregándome un recipiente grande de agua que sostuve con las manos temblorosas. 

   -Voy a morir ¿No es así?- pregunté y mi voz apenas se escuchaba.

   -Lo lamento, Rose, lo siento tanto- me dijo a modo de respuesta dándome palmaditas en una mano.

   Logré esbozar una pequeña sonrisa.

   -No lo hagas, la gente no debería lamentarlo cuando alguien finalmente muere, de la misma manera en que no se lamenta cuando un prisionero finalmente es liberado.

   La anciana me miró sin comprender lo que quería decirle y la verdad es que no podía hacerlo.

   Ella no sabía con qué fervor había yo estado persiguiendo a la muerte durante los últimos años y como ésta siempre se escapaba. Cada vez que creía que finalmente iba a lograrlo, algo lo impedía y aunque aquella no era la manera en la que esperaba morir, tampoco podía quejarme si el resultado final era el deseado.

   -¿Por qué no pareces entristecerte ante la idea de morir?- me preguntó Domenica que se había vuelto a sentar en una silla desde la que velaba sobre mí.

   -Porque a nadie se debería afligir por eso.

   -Ten cuidado, jovencita- me advirtió la mujer-. Si buscas demasiado a la muerte ésta puede desatar funestos males sobre ti.

   Ni Domenica y no volvimos a decir nada tras eso.

   Las consecuencias de la breve conversación se mostraron como vividas pesadillas de mi muerte sintiendo como me asfixiaba y quemaba de distintas maneras.

   Al despertar de golpe estaba ahogándome de veras y empecé a chillar hasta que el aire volvió a invadir mis pulmones. La anciana se sentó a la orilla de mi cama y me acarició los cabellos hablándome con voz tranquila hasta que mis gritos se volvieron sollozos y puede sumirme en el plácido mundo de la inconciencia de nuevo.

   Muy entrada la tarde sentí una opresión en el pecho, como si tuviera algo sentado ahí y al abrir los ojos vi a una pequeña figura oscura de piel de color azabache y ojos rojos encorvada ahí mirándome con una amplia sonrisa de dientes torcidos. Justo cuando iba a tratar de sentarme o tirar lejos a esa cosa ésta se desvaneció en el aire como si nunca hubiese existido.

 Escuché como la puerta de la entrada se abría y voces entraban en la casa, como sumidas en una discusión. 

   Caí en una nueva inconciencia antes de conseguir reconocer alguna de las voces que habían entrado a la casa y no desperté sino muchos días después en un profundo estado de confusión. Al ojear a mí alrededor reconocí la habitación en la que me hallaba. No había mejorado en absoluto estaba más débil que antes.

   Era cierto que yo misma había buscado la muerte durante mucho tiempo, pero una muerte rápida, no aquella agónica y eterna a la que al parecer tenía que enfrentarme. Sin embargo la muerte siempre había encontrado divertido jugar conmigo.

   -El señor Hunter volvió hace tres días, trajo a un mago de agua rubio llamado Grey Eichendorff- la anciana pronunció el apellido con dificultad desde su silla sin abandonar su pequeño hilar en el que trabajaba sin descanso.

   Saqué las últimas energías de mi cuerpo y me esforcé en sentarme sobre la cama.

   -No hagas esto, Rose, quédate acostada y duerme- me ordenó la anciana mujer.

   Hice caso omiso de sus palabras hasta lograr sentarme.

   -Necesito verlo, tengo que verlo antes que...

   La puerta de la entrada de la casa se abrió de con un golpe y escuché como bramaban:

   -¿Dónde está la impostora, Domenica? ¿Cómo se atreve a hacerse pasar por Rose?

   Jonathan apareció en el umbral de la puerta. No parecía el Jonathan que yo conocía, era un ser casi vulnerable por la desolación. Y entonces en algún lejano rincón de mi cabeza las palabras de Hunter cobraron sentido en cierta forma. 

   A Jonathan se le desorbitaron los ojos y los ojos se le anidaron de lágrimas. Al siguiente instante tenía la cabeza de el sobre mi pecho mientras el sollozaba como un chiquillo. Mi primer impulso fue apartarlo, sin embargo la extraña familiaridad no me permitía hacer eso así que le acaricié los suaves cabellos a la vez que el no dejaba de repetir una y otra vez:

   -Te vi arder, creí haberte perdido... 

   Y luego repetía sin cesar "Rose, Rose, Rose..." como un demente antes de decir nuevamente lo anterior. Era un ciclo sin fin constituido por palabras sin sentido y un nombre desconocido.

   -¿Dónde está Grey?- pregunté a la anciana tras permanecer un rato en silencio esperando que el dios se tranquilizara lo suficiente como para apartarlo, pero no lo hacía.

   Antes de que ella pudiera responderme Grey se asomó al umbral de la puerta y se quedó como de piedra ahí viendo lo que ocurría. Sabía lo que debía parecerle aquella escena, lo que debía parecerle a cualquiera que viera aquello. Sin embargo antes de que pudiera decir cualquier cosa para excusarme o explícalo empezó a suceder algo.

   Una luz surgió frente a nosotros, al principio como una mota minúscula y luego más grande hasta tomar el tamaño de una puerta. Segundos más tarde se hizo minúsculos añicos convirtiéndose en más luces en las que brillaban paisajes, todas del tamaño de puertas.

   Sin saber bien qué pensaba que estaba haciendo levanté una mano hacia una luz que se hacía conocida y esta me empezó a atraer hacia ella obligándome a ponerme de pie y acercarme lo suficiente para pasar a través de lo que reconocí como un portal.

   Entonces empecé a caer sin fin.

1. Historia de los Guardianes: Otoño. |En edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora