32. Lady Leah Courtenay

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La vampiresa paseaba por el salón con las manos enlazadas tras la espalda y la mirada fija hacia delante esperando a que sus invitados aparecieran.

   Era ya pasada la medianoche y llevaba ya más de media hora esperando por las muchachas y éstas seguían sin aparecer; en otro momento Leah no se hubiera puesto nerviosa de ninguna manera, pero tras el ataque que había ocurrido el día anterior a la academia estaba preocupada por la seguridad de ellas, sobre todo por una en especial, no pos nada se había alzado como protectora de la chica años atrás: el nombre de lady Leah Courtenay era respetado por todos.

   El vestido de color rojo sangre se arrastraba detrás de ella. Leah usaba elegantes y largos vestidos la mayor parte del tiempo desde que hace ya muchos años la habían convertido en vampiresa, siempre se había caracterizado por ser una dama elegante. El vestido strapless que usaba aquella noche se le ceñía al torso completamente liso con cintas en la espalda y a la altura de las caderas empezaba a traslaparse la tela quedando agarrada al inicio del muslo para caer en pliegues hasta el suelo donde se extendía la pequeña cola del vestido.

   Leah seguía andando nerviosa según avanzaban las agujas del reloj y nadie aparecía.

   -Ya llegarán- dijo la chica que estaba tirada de manera perezosa en uno de los sillones.

   -Sí- murmuró Leah para tranquilizarse-. No se habrán atrevido… madame tiene mi anillo.

   -O quizás tu reconocieron su escudo- sugirió la muchacha sin mirar a Leah.

   La vampiresa giró para mirarla con los ojos entornados.

   Era una joven de piel blanquísima, de cabellos negros que traía agarrados en una trenza que empezaba en la parte alta de su cabeza y caía hasta la mitad de su espalda. Iba vestida completamente de negro, su color preferido, desde el pantalón de combate negro hasta la chaqueta de cuero que tenía muchas cremalleras y bolsos que estaban concienzudamente rellenos con diferentes armas y sus botas altas tenían punta de metal de la que salían puntiagudos picos al golpear en la parte de los talones. Su chaqueta se cerraba a la mitad del cuello por lo que sus marcas de poder no quedaban al descubierto

   Eris, diosa de la discordia.

   Algunos de sus hermanos solían dejar las marcas visibles a cualquiera ser mágico, casi ostentando de ellas, pero ella en particular prefería no hacerlo. Las marcas de poder eran parecidas a las marcas de especiales que portaban algunos seres mágicos, siempre se encontraban sobre la piel de los dioses como una especie de tatuaje brillante, nunca aparecía en nadie que no fuera dios y podía diferenciarse fácilmente de las marcas especiales por su aspecto y tamaño, pero de todas maneras ambas eran invisibles para los humanos.

   Eris tiraba una daga al aire y la atrapaba en su mano por el filo haciéndose un tajo en la mano que curaba de inmediato.

   -Ya sabes, algunos centinelas son de lo más idiotas.

   -Todos conocen mi escudo- replicó secamente Leah refiriéndose a la corona de heredas doradas y negras-, y hasta el más estúpido de los guardias sabe que a mis protegidos no se les debe de tocar…

   -… porqué mi padre es miembro del Concejo Oscuro- completó Eris con tono aburrido remedando la voz de Leah.

   Leah vio como la daga volvió a herir la mano de la chica y percibió el olor de la sangre dioses. Tragó fuerte y se alejó algunos pasos de la muchacha que seguía con su juego con total tranquilidad.

   La sangre de dioses era bastante codiciada en el mundo mágico, aún más que las escamas de dragón plateado y las púas de serpientes marinas, pero igual de legendaria; sin embargo era mala idea atacar a un dios, Leah lo sabía de sobra. Se decía que la sangre de dioses concedía dones a quien era ofrecida, pero eso no sucedía muy seguido; de hecho la vampiresa sólo sabía de una persona que había recibido la sangre de un dios en el último siglo.

1. Historia de los Guardianes: Otoño. |En edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora