43. Mia

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Caminé por la calle hasta dejar atrás la impresionante mansión Feuerbach. 

   No tenía la menor idea de dónde ir. Sabía que no tenía nada que buscar en casa de Viktor. 

   La mente me daba vueltas como si fuera un carrusel. 

   A estaba segura que encontrarían a Joanne sin mi ayuda, pero nadie encontraría a Evangeline si no era yo. 

   Sí, sabía lo que tenía que hacer, pero eso no hacía más fácil el ponerme en marcha.

   Saqué el anillo del oscuro de mi bolsillo y le di vueltas entre mis dedos.

   Era pesado, de oro blanco con un grabado de una luna negra. Si el hombre no me había, cosa que probablemente había hecho, mentido podría infiltrarme sin peligro a la ciudad oscura diciendo ser criada suya. 

   Así de sencillo. 

   Repase mentalmente las instrucciones que me había dado y me puse de pie de la banca en la que me había sentado y caminé en dirección a la parada de tranvía. 

   Debía dejar un mensaje para decirles a las chicas que había pasado conmigo si algo salía mal. Debía de haber una forma de hacerles saber sin que corrieran de inmediato detrás de mí. Algo que me diera tiempo de ir, volver y aclarar todo antes que la marimorena se me armara.

   Sacudí la cabeza tras meditarlo unos momentos sintiéndome estúpida. 

   Rebusqué por un papel y lápiz en mis bolsillos, garabateé rápidamente unas palabras cortas y luego susurre al aire:

   -Si algo llega a ocurrirme llevarás esto hasta las otras guardianas. Hasta entonces escóndelo.

   La hoja se desprendió de mis manos y voló hasta salir de mi vista.

   Lo siguiente era descifrar las palabras del oscuro.

   No sabía dónde estaba la calle de los cantantes nocturnos y tampoco creía que un taxista me pudiera llevar diciéndole simplemente el nombre mágico de la calle.

   Volví a llamar al aire tratando de obtener una respuesta de él.

   -¿Puedes llevarme a la calle de los cantantes nocturnos?

   Un transeúnte paso a mi lado y al escucharme hablar sola se quedó mirándome como si pensara que algo estaba mal conmigo. Frunciendo el ceño y devolviéndole la mirada espeté: 

   -¿Puedo ayudarle en algo?

   El hombre siguió andando a toda prisa sin volver la mirada atrás de nuevo. Sí, Sarahí tenía razón: yo tenía un carácter de los once mil demonios y no había fuerza capaz de cambiar eso. 

   -¿Entonces me puedes llevar o no?- insistí a mi elemento y un suave remolino me rodeó empezando a empujarme en dirección norte-. Ya sabía yo que no me fallarías. 

   Caminé un largo trecho hasta que llegue a una calle que no. Conocía y que a simple vista no presentaba una rotulación. Algo me dijo que aquella calle estaba oculta por un glamour. 

   Me adentré en ella y miré las casas hasta dar con la gris de enredaderas.

   Era una casa común sin gran trabajo artístico en su fachada y un mar de enredaderas cubriendo sus paredes. El color gris era bastante claro, pero algo me decía que esa era la casa que Bruno me había indicado.

   Estaba a oscuras y me aseguré que lo más probable era que nadie viviera ahí dentro. 

   Lo siguiente sería encontrar la puerta falsa. 

1. Historia de los Guardianes: Otoño. |En edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora