Las furias poco a poco cobraron su forma original, tenían cabeza de un perro agresivo, unas enormes alas de vampiro y en vez de cabello tenían unas serpientes colgándoles de la cabeza. Intentaba no tener ninguna clase de miedo, pero la verdad era que ni siquiera sabía qué podía hacer. Se acercaron a mí y yo las miraba con cara asesina.
- Lárguense de aquí.- Les ordené con voz grave, desde que había salido del tártaro no había hablado así. No sentía que fuera mi voz, mi miedo se iba y di un paso en frente de las furias.
- El amo nos ha mandado a llevarte.- Ladró Alecto, la furia que perseguía a las personas hasta volverlas locas, la mayoría de sus víctimas se suicidaban para acabar con la agonía.
- Hades no es mi maldito amo, es mi padre.- Las fulminé con la mirada y tomé del cuello a Alecto, hice fuerza y sentí cómo incrementaba su calor intenso en mi mano, Megera, la tercera furia, tomó mi brazo libre dejándome unas marcas, maldije al sentir el dolor de sus uñas que parecían navajas en todo mi brazo y Tisífone agarró mi cuello con fuerza, tardé en recobrar las fuerzas suficientes para que el calor de mi cuerpo volviera, estaba ardiendo, literalmente.
Desprendí fuego, unas llamas salían de mi cuerpo y las furias me soltaron lanzando un gruñido, yo seguía en llamas. Recordé que tenía un don al ser hijo de Hades, podía tomar a todas las criaturas oscuras como se me plazca, y hacerlas mis marionetas, algo semejante a lo que los humanos llaman telequinesis. Alcé mis manos mientras veía cómo las tres furias volvían a arremeterse contra mí, contraje mis dedos, formando un ligeros puños con dureza, intenté concentrarme y me sentía como un idiota moviendo las manos sin ver resultado, retrocedí un paso al borde de una caída, pero por algún tipo de milagro, mi poder comenzó a surgir, volví a alzar mis manos y las furias comenzaron a asfixiarse, al fin. Empujé mis manos hacia adelante y las furias cayeron bruscamente, las miré con mis pupilas oscuras y con otro empuje de manos, las criaturas comenzaron a retorcerse, incrementé la concentración y entonces mi mirada les prendió fuego, escuché sus gemidos de dolor, se sintió bien. Apreté mis manos e hice un tirón hacia mi dirección, entonces las furias empezaron a perder poco a poco su color, el fuego se volvió morado y escuché sus gritos de sufrimiento. Una vez las vi moradas y sin aliento, dejé de concentrar mi mirada en ellas, mis manos se pusieron menos tensas y el fuego cesó.
- Largo.- Volví a ordenar. Las furias se levantaron como pudieron ladrándome y después de una neblina confusa, desaparecieron. Volverían, y harían una catástrofe, se vengarían y eso lo sabía.
--------------------------------------------Miranda----------------------------
Me cuestioné una y otra vez el porqué accedí a estar en el maldito bar con el raro de Jack, sí, estaba muy guapo, era el chico más hermoso y perfecto del planeta, pero habían veces en las que me daban ganas de gritar.
Era curioso, pero había dicho un sí tras un sí en todas sus invitaciones, y ahora me encontraba oculta en un cubículo de un bar, con una pistola en la mano. Comencé a armar varios rompecabezas sobre ese joven, quizá era un narcotraficante, por eso tenía ideas tan raras, un lindo carro y una pistola, pero por alguna razón, creí que eso sería ridículo.
Escuché unos ladridos provenientes de arriba y me retorcí de temor, sonaba diferente, era una combinación extraña entre un grito de una mujer con el ladrido de un perro agresivo, me esperé unos segundos más y vi al chico entrando al baño metiendo una pierna por la ventana. Reconocí esos converse negros y ese pantalón oscuro de marca. Me apresuré a soltar el arma y a ayudarle y al fin, Jack había entrado con una respiración agitada y las mangas de su chaqueta completamente rotas. Su cara tenía quemaduras y unas cuantas cortadas, fruncí el ceño esperando una explicación pero éste se inmutó en hablar.
- No entiendo qué ha sucedido, qué es lo que te ha sucedido.- Aclaré pero el chico me ignoró y se miró en el espejo del baño, se miraba con detenimiento, como si nunca antes hubiera visto su reflejo. Se checaba los párpados, las cejas, las mejillas y hacía una ligera mueca cada vez que descubría una quemadura.- ¿En dónde te metiste?
- Me sigo viendo decente.- Dijo evadiendo mis preguntas y tomó mi mano. Pensé en soltarme, pero se le veía alterado, y ya no me quería tomar la molestia de empezar una ridícula pelea en vano.
Me sacó del bar de prisa, de una manera sobre protectora, me sujetaba con una mano de la cintura y con su otra mano me tomaba del hombro, afuera habían cinco patrullas buscando la explicación de todo el brete, las sirenas no paraban de escucharse y Jack me llevó directo al convertible, era el único carro que se veía intacto. Me abrió la puerta y luego se adentró él.
- Después de todo, un bar no es un bar sin balaceras, ¿Cierto?.- Dije y Jack soltó una risa alegre, sonreí al ver que estaba bien pero no dejaba de ver sus marcas en sus brazos. - ¿Te duele?
- Muy poco.- Dijo empezando a manejar, me sentía mal. No me gustaba verlo en esa condición, seguía viéndose igual de guapo, pero para nada me agradaba verlo con tantas heridas, llegué a pensar, que probablemente esas heridas en él me dolían más a mí que a él mismo.
- Vayamos primero a un hospital.-Hablé.
- No, se me quitarán rápido.- Sus ojos estaban muy fijos en el camino y luego puso el disco de The killers de nuevo, pero en vez de cantar o disfrutar la música, seguía viendo lo lastimado que se encontraba y me odiaba por no haberlo acompañado a lo que sea que se fue.
- En serio, vamos a un hospital.- Insistí.
- Mejor canta, eso me hará sentir mucho mejor.
- Pero canto horrible, incluso tú lo dijiste.- Le recordé.
- No me hagas caso, sólo canta o cuéntame un chiste.
- ¿Te cuento un chiste?- El chico asintió.- Bien, había una vez una chica, que conoció a un chico muy raro, que la llevó a un bar, hubo una balacera, le dio un arma, el chico salió, se calmó todo y el luego el mismo chico regresó en un mal estado.
- Eso no es un chiste, Miranda.- Habló Jack como si me lo tuviera que explicar.
- Lo es para mí.- Dije con algo de burla.- Escucha, me siento terrible por ti, pero al mismo tiempo me enfada que no me digas nada.- Confesé y el peli negro me miró sereno pero con una notoria tormenta en el pensamiento.
- Lo sabrás pronto.- Me intentó consolar con una linda sonrisa.
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El hijo de Hades: El dolor nunca fue tan hermoso.
FantasíaUna noche el dios de la muerte y la diosa de la tierra engendraron a un hijo. El poder del padre sobre el de la madre, obligaba a la pequeña criatura ser mandada al tártaro y le prohibía vivir en las maravillas de la tierra. La diosa de la tierra n...