Capítulo 8

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—Buenas seño... —no acabé de escuchar el saludo de Miriam, ni le contesté, solo di un gran portazo, me descalcé dejando los zapatos de cualquier manera y subí rápidamente por las escaleras para llegar a mi habitación.

Cerré la puerta con pestillo y me tiré en mi cómoda cama, haciendo que la colcha se arrugara y los cojines se descolocasen.

Con mi rostro hundido en la almohada, intenté tranquilizarme, que mi corazón dejase de latir tan rápido, que volviese a su ritmo original. Lo admito, tenía miedo, miedo de que a Gabi le pasase algo, miedo de la respuesta a mi pregunta:

—¿Qué te pasa, Gabi? —susurré—. Necesito saber qué estás bien.

Si no quería contármelo tenía que ser algo grave, ¿pero el qué? Nunca quiere que me preocupe por él así que sería lógico... Y admito... Que yo haría lo mismo en su lugar.

Dos toques en la puerta llamaron mi atención. Pasé de estar tumbado a sentado con las piernas cruzadas, como indio.

—¿Sí?

—Señorito, es hora de cenar... —hubo un silencio y luego continuó—. Si no le apetece le puedo decir a sus padres que está indispuesto y no quiere que se le moleste.

—Sí, por favor Miriam, no me apetece cenar. Gracias.

Escuché como su taconeo indicaba como la muchacha se alejaba. Suspiré y me dejé caer sobre la almohada.

~*~

Otra vez estoy solo, otra vez los colores del atardecer.

Esa luz rosácea a lo lejos, mis piernas avanzan hacia ella sin que yo se lo ordene.

La luz se vuelve una figura humana, pronto me doy cuenta de que se trata de Gabi.

Otra vez empieza a alejarse, y otra vez esa angustia inexplicable. ¿Por qué vuelve a ocurrir esto? ¿Vuelve a ser un sueño? ¿Es la realidad? No soy capaz de distinguir nada, lo siento todo tan real...

—¡Gabi! —grité.

Extendí una mano hacia su figura, como queriendo atraparle.

—Ayúdame, Riccardo.

Su voz sonó tan rota, tan frágil... Y mi corazón, como su voz, también se hizo astillas. Se seguía alejando, todo se volvió negro, ya apenas podía verlo... Otra vez, otra vez, otra vez...  ¿Por qué todo esto pasa otra vez? No quiero volver a sentir esa angustia, no quiero que se vuelva a alejar de mí, no quiero que la oscuridad me vuelva a engullir... Quería salir de aquí, con Gabi, cogerle de la mano y escapar.

—Gabi... no te vayas, yo te ayudaré con lo que sea, yo siempre estaré a tu lado. Te quiero...

Me desperté sudado y con el corazón a 1000 por hora, exactamente igual que la otra noche. De nuevo esas palabras: "te quiero". Miré el despertador, faltaba solo media hora para que me tuviese que levantar, así que fui a la ducha y luego me puse el uniforme del Raimon.

Mientras preparaba mi bandolera, escuché dos toques en la puerta.

—Adelante —Miriam entró y pareció sorprendida— ¿Y esa cara? ¿Sucede algo? —se llevó una mano a la boca—. Disculpe mis modales, por favor, señorito.

—No te preocupes, Miriam, tus modales siempre son impecables. Y tranquila, estoy bien.

—Señorito Riccardo, lo conozco desde que usaba pañales, sé que le ocurre algo... Solo soy una sirvienta, pero puede contar conmigo. Le espero abajo.

Miriam se dio la vuelta y salió de mi habitación. Ella era como mi madre. Cuando no podía dormir, siempre que no podía dormir me leía un cuento; ella me llevaba al parque a jugar, siempre y cuando mis padres no estuviesen en casa; me ayudaba con el piano cuando aún no sabía tocar muy bien, ya que ella sí sabía tocar; recuerdo que ella me compró mi primer balón de fútbol a espaldas de mis padres...

Con una pequeña sonrisa de nostalgia cogí mi bandolera y bajé al comedor, pero esta vez no estaban mis padres.

—Collette —llamé la atención de la sirvienta de origen francés—. ¿Dónde están mis padres?

—Ellos se han ido durante unos días a Hokaido por motivos de trabajo —respondió con su encantador acento francés. A veces, ella me ayudaba para mis exámenes de dicho idioma.

—Otra vez. No me lo puedo creer... ¡Si acababan de llegar!

—Ya sabe cómo son sus padres con su trabajo. Por favor, siéntese a la mesa y desayune o llegará tarde.

Desayuné rápidamente, la hora apretaba. Ese día fui solo al instituto, ya que Gabi seguía en el hospital. En las clases, miraba el asiento vacío donde solía estar medio dormido, sin prestar atención a las explicaciones del profesor. Intenté centrarme, prestarle atención a la clase de Historia... Pero me era imposible.

En el entrenamiento los chicos me preguntaron si sabía algo sobre Gabi, preocupados por su estado de salud.

—No lo sé, chicos. Ayer cuando fui a verle estaba perfectamente —no les mencioné nuestra discusión porque no me parecía que eso tuviese algo que ver—. Pienso que lo quieren tener en observación, por eso todavía no ha salido del hospital.

—Vaya hombre... Luego iremos a visitarle, ahora ¡vamos a entrenar!

—¡Sí, entrenador Evans! —gritamos todos a coro.

~*~

—Menos mal que la habitación que me han asignado es grande —Gabi sonrió a cada miembro del equipo, pero cuando su mirada se posó en mi la borró.

—Si ya estás bien ¿por qué sigues aquí? —preguntó Aitor con los brazos tras su nuca y un ojo cerrado, una posición normal en él.

—Resulta que por la noche me costaba mucho respirar y decidieron que sería mejor quedarme en observación durante unos días.

—Oye, y eso no será por...- Roma le tapó la boca antes de que Aitor pudiese continuar con su frase.

—Por... Por... Haberte comido ese... ¡Pastel! Te dijimos que te sentaría fatal...

¿No podía inventarse algo más creíble? Gabi chocó su mano contra su frente. Aitor le lamió la mano a Roma y este le soltó, con cara de asco y limpiándose a la manga de Jade, y por esa razón se llevó un buen golpe.

—Bueno Gabi, si quieres podemos venir aquí todos los días hasta que salgas del hospital y contarte todo lo que pase- cambió rápidamente de tema Sky.

—¡Claro! Así me distraeré durante un rato, estar en esta habitación todo el día solo es sumamente aburrido.

Volveremos a jugar juntos al fútbol {TakuRan} [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora