Capítulo 38.

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[Aritz]

Había muerto y resucitado mil y una veces con lo sucedido en la habitación de Han. Quería volver a enamorarse de mí, eso había dicho, y yo se lo pondría fácil. Desde luego que sí. Era el empujón que necesitaba para no tirar la toalla, para seguir adelante, para luchar por él, por su amor, por volver a ser lo primero que admirar cada mañana al abrir los ojos, ver los suyos, cerrados todavía, rasgados, que tanto me enamoran. Sonreír ya desde el minuto uno del comienzo de mi día gracias a ese tonto, besarle la cara, cada sitio de ella y que él ronronee, como un gatito. Que se mueva y no le sea necesario pedir esos cinco minutitos más que siempre se piden cuando suena el despertador, y volver a darle mimos, hasta que abra los ojos y me mire, con su carita, esa que pone cuando quiere algo, que yo le digo que hace el niñato pero en realidad me enamora cuando lo hace, aunque me enfade por el hecho de que cualquier cosa que me pidiera mientras me pone esa cara, la haría sin pensármelo dos veces.

Me fui a dormir, tras despedirme de Amanda que apenas tuvo tiempo a nada, pues se había olvidado completamente del bolo por todo el rollo y tuvo que marchar como un cohete; y tuve el sueño más bonito del mundo, bueno, eso es exagerado, pero es que en todos en los que sale él y no tienen mal final son bonitos.

Había pasado un tiempo, unas semanas. Era lunes, y aunque todo el mundo odia los lunes, yo me amanecí realizado. Con la mente positiva, con música gritona, básicamente el rock and roll que había puesto de despertador el día anterior. Nada me podía desmotivar; no importaba qué pasó sino qué va a pasar. Tenía una idea en mente y esa misma tarde la llevaría a cabo. Me di una ducha rápida, no dejé de cantar mientras el agua caía por mi cuerpo y sonaba feliz, por primera vez desde que todo había pasado y sentía que nada ni nadie podían acabar con esa felicidad. Según él me iba diciendo, se iba acordando de cosas mediante vídeos, yo prefería no preguntar, me daban miedo ciertas cosas que pudiese ver pero era su decisión y yo no quería interferir. Nadie había notado en estas semanas cosas fuera de lo normal, seguíamos como hasta entonces, médico y enfermo ante los ojos de los demás, pero cuando nos quedábamos a solas, hablábamos.

Hablábamos de todo y de nada, ya que para él todo era nuevo y para mí, era la oportunidad de recordar cosas que la primera vez que me lo había contado se me habían pasado por alto o simplemente, las había olvidado. Lo miraba hablar, abrirse a mí, darme la oportunidad de volver a conocerlo, y él decía lo mismo de mí. Nos presentábamos de nuevo, empezábamos de cero. Éramos capaces de retomar la conversación en el mismo punto donde la había dejado el día anterior. Siempre terminábamos nuestras conversaciones tumbados en el sofá, él apoyando la cabeza en mi pecho y con un par de besos. Nunca pasaba nada más, pero para mí era suficiente en esos momentos. A veces pasaba lo que al principio, nos quedábamos mirando y nos perdíamos en la mirada del otro, sin decir nada, ahora que podíamos sostenernos la mirada sin problema, no había nada más bonito que ese silencio en el que escuchaba su respiración en mi pecho. O cuando oía su risa mientras le contaba las aventuras de mi adolescencia y le enseñaba un par de fotos, inundaba la casa de felicidad con un par de carcajadas. No hacía falta mucho más para hacer que mi día fuese bien.

Ese día era San Valentín, a mí esas cosas no me gustaban y tampoco quería celebrarlo como tal porque, a fin de cuentas, no éramos pareja, o sí, o realmente no sabía lo que éramos. Pero quería pasarlo con él. Me apetecía ver un atardecer espectacular a su lado, y tenía la certeza de que ese era el día. Le había propuesto pasar la tarde juntos el día anterior y él había aceptado. No sabía muy bien qué le diría a Marta, ya que Pau se había ido a pasar unos días a Barcelona, y su madre llevaba varios días en casa del novio puesto que Han ya no necesitaba tantos cuidados.

Sobre las seis de la tarde salimos de casa, íbamos pegados, muy pegados, pero nadie diría que somos más que amigos: ni nos cogíamos las manos ni nada. Pero a veces no era necesario, era como estar unidos por ese hilo rojo que él dijo una vez. ¿Para qué negarlo? Nos era imposible separarnos, y yo no sabía si realmente se estaba enamorando de nuevo o qué, pero, aunque quería saberlo, disfrutaba de su compañía y del punto en el que estábamos ahora porque lo veía feliz.

Cosa De Dos [HanAritz]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora