Camille es una joven pintora que lo posee todo.
Éxito, amistad y sobre todo amor.
O eso es lo que ella creía hasta el día de su boda, pues su prometido tomará una decisión que hará que su vida dé un giro de 180 grados.
Obligada a huir después d...
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Desde que llegué a mi departamento llevo más de dos horas viendo las malditas fotografías.
¡Maldita sea!
Él la mira casi de la misma forma en la que Camille lo mira a él.
Me repugna saber que la persona que más amo en el mundo sea engañada por alguien tan mierda como James.
Tengo tantas ganas de decirle pero sé que si lo hago, Camille jamás creería en mi palabra, claro, al menos de que le muestre las imágenes. Y aunque me gustaría, no puedo hacerlo.
No seré el responsable de destruir su corazón.
Suelto un suspiro.
Prendo la computadora y escaneo las fotografías, necesito imprimirlas, y si bien no se las mostraré, por lo menos me sirven para amenazar al bastardo de su prometido.
El ruido que hace la impresora es pasmado por unos suaves golpes en la puerta.
Debe de ser ella.
Tomo una manta y cubro la impresora con ella. Más tarde las guardaré en un lugar seguro.
—En un momento abro —grito a la mujer que sé que se encuentra detrás de la puerta.
Camino rápido para no hacerla esperar. Cuando abro me encuentro con su maravillosa y perfecta sonrisa.
—Hola ¿puedo pasar? —dice alegremente.
—Adelante, pequeña —Señalo el interior de mi departamento.
Antes de sentarse acomoda la falda de su hermoso vestido floreado y se deja caer con delicadeza en el viejo sofá.
—¿Qué hay ahí? —pregunta, apuntando a la toalla que cubre la impresora.
—No hay nada —Me apresuro a contestar—. Solo un par de cosas viejas.
Ella frunce el ceño y se inclina un poco haciendo un poco más vistoso su pecho.
Trago con fuerza.
Camille es una chica demasiado sensual.
Mide uno sesenta y cinco y sus curvas están perfectamente torneadas. Sus atributos son exactamente del tamaño que deben de ser, ni tan grandes, ni tan pequeños.
Simplemente perfectos.
Ella suelta un suspiro y se remueve un poco incomoda al notar donde he puesto mi mirada.
—Pensé que ya no vendrías —agrego nervioso—. Empezaba hacerme la idea de que plantarías de nuevo —Hago alusión a ocasiones pasadas.
Me sonríe apenada.
—Bueno, pues esta vez te has equivocado. Aquí estoy y he venido a pedirte perdón. En verdad no quise hacerte... —Corto sus palabras.
—Ya te dije que no pasa nada —La interrumpo—. Estoy bien. Además mi actitud fue un poco idiota.