30. Como una zorra

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Todas somos Frida

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Todas somos Frida. Todas tenemos un amor eterno, tormentoso, que nos pide el eterno retorno. Todas hemos conocido a Diego, con otro nombre, de otra época, pero un Diego que nos hace morir un poco más  cada vez que aparece.

Eso es lo que han dicho en el museo de la casa azul. 

Después de lo que ha pasado con André, necesitaba distraerme con algo y cuando Rocío me dio la idea de ir a la casa donde Frida y Diego vivieron no pude negarme. 

Amé cada parte del museo. Es simplemente fantástico, aún no puedo creer lo mucho que Frida pudo amar a un hombre como Diego Rivera; excelente pintor, sí, pero como humano era alguien terrible. 

Engañó a Khalo tantas veces y aun así ella lo perdonaba. 

Me recordó tanto a mí y a James. Sí el me hubiese sido infiel, estoy segura que lo hubiera perdonado con tal de nunca apartarlo de mi lado pero ahora  ya con la cabeza centrada y el corazón frío, me doy cuenta de que eso en verdad no era amor. 

El amor es algo que yo aún no logro comprender y siendo sincera, dudo que algún día lo haga. 

Me sirvo otro pedazo de pastel de chocolate y me siento a comerlo.

—¿Puedo sentarme? —pregunta Josh  sonriendo.

Asiento con la cabeza. 

No es que me agrade pero no puedo decirle que no. Él también tiene el derecho de hacerlo, es un huésped más en este hotel. 

Cierro los ojos y me concentro en la letra de la canción que suena en el radio.  

—¿Y por qué México?—cuestiona, mientras se sirve un poco de cereal en un plato. 

Lo miro a los ojos y me encojo de hombros.

—Jamás había venido —Suspiro—. Y siempre quise hacerlo. 

—¿En verdad nunca habías venido?—pregunta sorprendido—. Pues te has perdido de mucho. Sus playas son verdaderamente preciosas. 

—Imagino que soy, aunque si te soy sincera soy una chica que prefiere la ciudad. 

—Yo, prefiero ambas —Sonríe—, pero estoy completamente enamorado del Océano.  

A James también le encantaba la playa. 

Me levanto de la mesa y tomo mis llaves, creo que necesito despejarme un poco. No quiero volver a pensar en él. 

—Tengo que irme—le digo. 

—Descuida —susurra llevando una cucharada de cereal a sus labios. 

Salgo a la calle y camino por todo el centro histórico. A pesar de que ya me he aprendido cada parte de la mayoría de las avenidas, me encanta pasar por en medio de ellas. Siento que hay más secretos que tengo que descubrir.  

Cuando era tuya©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora