38. Jamás me amó

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San Miguel de Allende es un pueblo maravilloso

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San Miguel de Allende es un pueblo maravilloso. Apenas he estado aquí un par de horas y ya he quedado enamorada de el.

La iglesia es una obra de arte totalmente hermosa. Sin duda alguna los arquitectos que la diseñaron sabían como lucirse.

 ¿Y qué decir de las calles?

¡Son simplemente fantásticas!

Me hacen sentir algo de magia dentro de mí, y eso es algo bastante raro, ya que para ser sincera, no creí que me sentiría tan cómoda en una situación como esta.

Es decir, he venido a una boda.

—¿En que piensas, princesa? —me pregunta Josh, mientras me entrega un cono de helado de chocolate. 

Niego con la cabeza.

  —En nada —miento—. Y muchas gracias. 

Me sonríe y algo dentro de mi estómago se mueve.  

Él me ha causado una extraña sensación desde que Dani me ha dicho que se siente atraído por mí. No quiero que esta amistad se estropee, en verdad me agrada, y si Josh llegara a sentir algo más que un cariño amistoso, tendía que cortar comunicación. 

Me importa lo suficiente como para dejar que se corte con mi corazón

Vamos caminando por una pequeña calle que tiene el suelo empedrado y me fijo en el. No quiero tropezarme. 

  —Sé que te pasa algo —Suspira Josh—. Así que si te sientes mal por lo de la boda puedes decírmelo y prometo que te entenderé. 

  —No es eso —Me encojo de hombros—. Es sólo que... 

Me veo obligada a interrumpir lo que estaba a punto de decir por un grito que va dirigido a mi acompañante.

—¡Adiós guapo! —dice una rubia al pasar justamente al lado de Josh. 

Él se sobresalta pero le devuelve la sonrisa y se despide de la chica  con la mano.

¿Por qué las rubias siempre tienen que ser tan zorras?

Pongo los ojos en blanco y agrego lo siguiente:

—Si quieres ve tras ella, por mí no hay problema.

—Lo haría, pero quiero estar contigo —Pasa una mano por su cabello—. Además, prefiero las castañas—Guiña un ojo. 

Ignoro su comentario y decido acelerar más el paso. Ha logrado que me sonroje y no quiero que vea el rojo de mi rostro. 

No le daré ese gusto.

Me detengo en frente de una tienda de artesanías que tiene colgada una de mis pinturas. 

  —¿Qué ocurre? 

Señalo con la cabeza al gran cuadro color caoba que se encuentra delante de nosotros. 

Cuando era tuya©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora