La huida de Susan

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Mientras que Peter y Tal fueron a visitar las minas, Susan se levantó totalmente relajada. Su mente aun transitaba entre si creerse o no lo que estaba viviendo. Porque de una manera u otra, se había vuelto loca. Esa mañana no estaba tan contenta y cuando los dos castores fueron a prepararle las ropas se la encontraron llorando.

—¡Por Aslan! ¡Reina Susan! ¿Qué le ocurre?—preguntó una castora.

Pero ella no dejaba de llorar.

—¡Deja de llamarme así! ¡No soy una reina! ¡Soy Susan Pevensie!—gritó mientras le tiraba una almohada.

Los dos castores no entendían nada.

—Pero ¡usted es la Reina Susan la Benévola! ¡Señora de Cair Paravel y Emperatriz de las Islas Solitarias! ¡La mejor arquera de toda Narnia!—gritó el otro castor.

—¿Pero es que no lo entendéis? Eso solo eran juegos de cuando era niña. Ahora soy adulta, tengo 21 años—se derrumbó en la cama—.Y estoy teniendo alucinaciones.

Los castores se sentaron a su lado.

—¿En verdad cree que esto son alucinaciones?—preguntaron.

Ella asintió repetidas veces.

—Somos tan reales como el sol que os alumbra por la mañana, mi reina—dijo la castora—.Pero si esto se tratase en verdad de una fantasía o un sueño, ¿Por qué no la continuáis? ¿No tenéis curiosidad por lo que pasará?

Susan se levantó de la cama y miró a los castores mordiéndose el labio. Aquel gesto lo utilizaban todos los Pevensie, al parecer.

—Tenéis razón. Además, si estoy loca ya no puedo hacer nada por remediarlo—empezó a vestirse—, solo disfrutar de mi locura.

Se puso un bello vestido narniano y se maquilló con esmero, ya que si era la mujer más bella de Narnia, no podía permitirse un tras pie. Contenta, desayunó en compañía de los castores y después bajó de la fortaleza a caballo.

Justo a la entrada del edificio, antes de entrar a la ciudadela, había un pequeño ''bar'' si se le puede llamar así, donde todos los guardias estaban bebiendo.

—¿Por qué están los guardias ahí?—le preguntó a Castora.

La castora movió los bigotes.

—Es uno de los locales más populares de Sol Eclipsado, el Bar de Nog—dijo leyendo el titulo—.Ahí van todos los guardias a beber, lo regenta un fauno llamado Nog.

El castor empezó a dar saltos.

—Pero es un contrabandista sin escrúpulos al que solo le importa el dinero. Hier (al que conocisteis anoche) está día sí y día no llevándolo a la cárcel—dijo Castor.

Susan recordó a Hier, el hombre albino al que conoció la noche anterior y a Nog, el fauno que corría con las joyas. Avanzaron un poco más y cogieron un caballo. Traspasaron las puertas de la fortaleza y se encontraron de lleno en la ciudadela. No era muy grande, pero lo bastante para perderse y marearse. Casi toda la población era solandiana, excepto algunos narnianos y telmarinos.

Todos se quedaban mirando a la reina mientras pasaba por las calles, escoltada por los dos castores que no dejaban de gritar la retahíla de: ''¡Dejad paso a la Reina Susan la Benévola! ¡Señora de Cair Paravel y Emperatriz de las Islas solitarias! ¡Dejad paso...!'' una y otra vez.

A Susan le gustaba ser el centro de atención, y más aún que todos la admirasen por su belleza y se inclinaran a su paso. Entonces llegaron a una especie de mercado y decidió comprar algo de fruta solandiana, que si recordaba bien, le encantaba. Al menos en sus fantasías de niña. Entonces sin previo aviso, llegó un hombre. Tendría unos 35 años, era moreno de piel y de cara y tenía una expresión graciosa, sobretodo sus ojos, parecían bailar.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora