Flores blancas

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—¿¡Su hija!?—gritó Tal—Eso es imposible,—empezó a reírse cuando los reyes se lo contaron—Ghemor odia a los solandianos.

Peter suspiró. Él y su hermana se habían reunido con Tal, representante de Solandia en aquellos momentos.

—Tal vez le hayas juzgado mal—dijo Susan, mirándose las uñas.

Tal puso cara de asco.

—¿Juzgado mal? ¡A ese hombre le encantaba matar a solandianos indefensos! ¡Siempre en nombre de su Tisroc!—dijo escupiendo al suelo.

Susan miró a Tal de reojo, no le gustaba ese gesto de asco, le producían arcadas.

—Pues es su padre—resumió Peter—y tenemos que hacer algo al respecto.

—Koral pidió asilo justo por este motivo—dijo Susan—.Si vuelve, Ghemor la volverá a encerrar y esta vez puede que sea para siempre.

Las dos miraron a Peter, que permanecía callado.

—Tal vez Koral tenga algo que decir.

***

—No, no quiero volver jamás—dijo la medio calormena—.No volveré ni aunque venga Aslan y me lo pida.

Peter se rio.

—Cuidado, él puede ser muy convincente—bromeó.

Pero Koral se estaba poniendo nerviosa.

—Por favor majestades os lo suplico, no me obliguéis a volver con él—dijo casi llorando.

Tal, Susan y Peter se miraron.

—Está todo dicho, yo misma iré a informar a Ghemor de la negativa—dijo Tal.

Con paso decidido llegó a la sala donde Tarkaan Ghemor esperaba. El hombre miraba por la ventana y parecía muy tranquilo.

—Tarkaan Ghemor—dijo Tal en voz alta, para llamar su atención.

El calormeno se dio la vuelta y puso una cara de asombro.

—¡Tal Ceres!—dijo acercándose rápidamente—Tenía ganas de conocerte. He escuchado hablar mucho sobre ti.

La solandiana le ignoró y siguió hablando.

—Su hija Koral nos pidió asilo y a no ser que ella lo decida, se quedará aquí el tiempo que quiera—dijo con autoridad.

Ghemor asintió, un poco decepcionado.

—Pero yo soy su padre, y ella aun es solo una niña—dijo Ghemor, sentándose en una silla.

Tal se rio por la ironía.

—¿Se atreve a decir eso? Un padre no la encerraría toda su vida como si fuera una rata, en la oscuridad—dijo indignada—.Usted es una abominación.

Ghemor empezó a reírse. Algo de aquello le hacía gracia.

—Me resulta divertido que uses esa palabra. Es la misma con la que calificaron a Koral cuando supieron de su existencia—Ghemor se levantó y empezó a deambular por la estancia—.Así que para su protección, decidí que nadie supiera de ella hasta que la ocupación a Solandia terminase.

Tal permaneció callada. Estuvo tentada a coger el puñal que llevaba escondido y apuñalarle en el pecho hasta que se fuese la vida de sus ojos... pero si lo hacía, la guerra volvería a Solandia y todos sus habitantes lo pagarían.

—Ceres, solo déjame verla y que se lo explique todo. Ella lo comprenderá, te lo aseguro—dijo levantándose y acercándose a la solandiana.

Tal puso cara de asco.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora