Rescatando a Aleeya

1K 78 20
                                    


Este capitulo me gusta mucho, no se porque. Recordad que Tarkaan Ghemor, el padre de Koral, ya no es Tarkaan porque todos en calormen se habían enterado de que tenía una hija mestiza.



Entraron en las alcantarillas y salieron al patio trasero del palacio. Parecía que todos los habitantes de la ciudadela se habían refugiado allí.

—¡Podríamos dejarles escapar por las alcantarillas!—dijo Susan a su hermano.

—Ni hablar, solo puede ser una vía de escape de emergencia. Además, si cogen a alguien, pueden torturarlo y averiguar por donde ha salido—respondió Peter entrando al palacio.

Entonces apareció Nog, el fauno, parecía enfadado.

—¡Su majestad!—le gritó a Susan—¡Esto es ultrajante! ¡Ultrajante he dicho!

La reina se cruzó de brazos y miró a todas partes: todos habían ido a dentro y ella debía ir también.

—Qué quieres Nog—preguntó.

—¡Mi bar va a ser destruido por unos hombres escamosos!—gritó danto patadas al suelo con sus patas de cabra—¡Exijo que cuando termine la batalla, el bando vencedor me remunere por los imperfectos de mi local!

Susan empezó a reírse.

—No tengo tiempo para discutir, fauno—dijo Susan intentando irse, pero Nog la cogió del brazo.

—¡Exijo mis derechos como ciudadano solandiano!—gritó.

Susan le cogió del cuerno y le obligó a agacharse.

—Amigo, yo no soy solandiana. Si tienes alguna queja, vete a hablar con Tal Ceres que es la regente de este lugar y a mi déjame en paz—dijo seriamente.

Nog tragó saliva.

—De acuerdo...—susurró asustado.

Susan asintió con la cabeza y volvió dentro. Pero dentro del palacio era un caos, solo había guardias por todas partes armándose para la batalla. Nunca había visto a ningún vástago, pero se los imaginaba feroces y con escamas.

Corrió hasta la sala de la mesa redonda, donde Hier, Tal, Peter y otros hombres y mujeres importantes discutían estrategias. A la reina Susan nunca le había gustado la política, ni la guerra, prefería mantenerse al margen... pero al ver ahora a sus amigos preparándose y ver que ella no podía hacer nada, se le hacía un poco molesto.

—Peter...—llamó a su hermano, pero no la oyó—¡Peter!

—¡¿Qué quieres Susan?! ¡Ahora no estoy para hablar de tonterías!—gritó enfadado.

—Quiero ayudar—respondió Susan. Sabía que su hermano estaba estresado.

Fue Tal quien respondió.

—Pues coge tu arco y flechas, ¿de acuerdo? Ve con los arqueros, están en la parte de atrás—dijo con rapidez—¡Ya!

Susan se puso en marcha. Mientras tanto, los vástagos seguían intentando abrir los portones de la ciudadela.

—¿Puede alguien explicarme cuando empezó todo esto?—preguntó Peter.

—Hace un par de horas, señor. Empezaron a salir por las minas y nosotros no pudimos hacer nada, mataron a los guardias solandianos. Cada vez más y más vástagos, hasta que fue un ejército—dijo uno de los hombres.

Peter asintió.

—Está bien—Peter se preparó para dar órdenes—.Quiero que un grupo de treinta refuercen las puerta norte y otros treinta la sur. Que dos cojan a los ciudadanos y los metan en las bodegas del palacio. Los demás esperareis en el patio a defender el palacio.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora