Diplomacia amorosa

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Ceres siguió a Curzon a sus habitaciones. Estaba muy nerviosa.

—Supongo que no es fácil para ti volver a un sitio como este—dijo el solandiano echando vino calormeno a dos vasos.

—Después de haber pasado aquí toda mi adolescencia viendo como moría gente en estas cuevas, de haber pasado tantas noches en vela haciendo guardia por si se acercaba algún calormeno... pues si—dijo cogiendo el vaso y dando un trago—.Ha sido difícil.

—Me refería a que después de haber estado viviendo en un palacio será difícil estar aquí, con los pobres, con el corazón del pueblo solandiano que lucha por la libertad—dijo con rencor, apoyándose en una mesa y mirando y vaso.

Ceres negó con la cabeza.

—Ya sabes que yo más que nadie quiere venganza contra los calormenos—respondió mientras se acercaba a él.

—Si, por eso te fuiste en cuanto firmaron el tratado de paz. Aprovechaste tu oportunidad y ahora tienes un cargo de poder en nuestro país.

Ceres dejó el vaso en la mesa, levemente enfadada.

—¡Sabes que no es verdad!—dijo cogiéndole la cara y obligándole a mirarla a los ojos—No tergiverses los hechos. Creo también en la paz y atacando a los calormeno cuando ya no estamos en guerra no nos ayudará nada. Eso es terrorismo.

Curzon dejó el vaso en la mesa, sin dejar de apartar la mirada de Ceres.

—Me dejaste... a mí—dijo con dolor en la voz—,pensé que estaríamos juntos. Siempre.

Ceres sonrió tristemente, notaba la electricidad entre ellos por todo su cuerpo.

—Te pedí que vinieras conmigo—contestó ella, mientras sostenía su cara.

—Y yo te pedí que te quedaras—dijo Curzon, con dolor.

Ceres sonrió pícaramente y se acercó a sus labios.

—Bueno... ya he vuelto.

Acto seguido le besó en los labios apasionadamente. El solandiano respondió al beso con la misma pasión y la pegó más a su cuerpo. Poco a poco empezaron a tocarse más y más hasta que no pudieron soportarlo más y decidieron pasar a la cama.

***

Los dedos de Curzon recorrían la espalda de Ceres. Conocían muy bien su espalda.

—Te he echado de menos—dijo el solandiano dándole un beso.

La regente le miró y se fijó en sus marcas azules de solandiano, aquellas por las que según los calormenos, les hacían inferiores. Ella siempre se había sentido orgullosa de sus marcas, durante los siglos siempre los solandianos se sintieron más cerca de Aslan por tenerlas. Y las de Curzon eran bellísimas.

—Yo también te he extrañado—sonrió—,pero he venido aquí para otra cosa que no es estar haciendo carantoñas contigo—dijo girándose para mirarle.

Curzon se rio.

—¡Tal Ceres! Tan sincera y cariñosa como siempre—dijo nostálgico—,cuéntame, que quieres de este grupo de terroristas.

Ceres sonrió y se volvió a echar en su pecho.

—Seguro que sabes de la batalla contra los vástagos, ¿verdad?—preguntó.

—Algo he oído—respondió haciéndose el interesante.

—Necesito que un grupo de gente vuestra se infiltre en las minas y recupere el trozo de perla para sellar el portal. Sino...

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora