Con la muerte en los talones

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Antes de nada, un par de aclaraciones para quienes no hayan leído los libros: el Tisroc, es como si fuera el rey o emperador de Calormen y un Tarkaan es un noble al que se le da ese titulo. He intentado aligerar las cosas en este capitulo.


Hacía ya tres días que no pasaba nada y eso estaba poniendo a Peter de los nervios, ¿Para qué le quería Aslan allí? ¿Cuándo iba a saber su próximo movimiento? Y cuando parecía que era el colmo del aburrimiento, las cosas empezaron a cambiar.

Según el actual rey de Narnia, Rillian III, en el Norte estaba habiendo una revuelta de gigantes. Rillian hablaba sobre que una giganta en cuestión, decía que tenía poderes para controlar a las personas de su alrededor y obligarlas a hacer lo que quisiera.

Eso le sonó muy sospechoso a Peter y decidió decírselo a Ceres. La solandiana estaba muy interesada.

—¿Crees que puede tratarse de la Perla de la Mente?—le preguntó, sentado en su silla.

Ceres no dejaba de darle vueltas a la mesa, pensativa.

—Es muy probable—sonrió—.Debemos ir al Norte de inmediato, antes de que la revuelta se convierta en rebelión y la rebelión es una guerra contra Narnia.

Peter odiaba a los gigantes, tuvo que combatirlos varias veces siendo rey. Prepararon su salida para esa misma tarde en un viaje que duraría tres días como máximo en dos coches de caballo. Irían Tal Ceres, los Reyes de Narnia, Hier y tal vez lo castores.

Esa mañana sin embargo, Susan estaba con el calormeno Lemec probándose vestidos.

—¡Querida reina, estaríais diviiiiiina con este vestido!—la animó, mientras Susan no dejaba de probarse vestidos y mirarse al espejo.

—Y dime Lemec, ¿Qué hace un calormeno como tú en una Solandia cómo esta?—le preguntó como quien no quiere la cosa.

Lemec suspiro mientras le tomaba las medidas.

—El Tisroc me exilió, era demasiado bueno para el—bromeó.

Susan supo que al calormeno no le gustaba hablar de su pasado.

—Es un espía mi reina, está aquí para pasar información a los calormenos—susurró Castor.

Lemec miró mal al castor.

—No soy un espía, soy ¡un sastre!—gritó.

Después de ser informada, Susan preparó su maleta de viaje y bajó. Al parecer Hier, el capitán de la guardia iba a ir con ellos, al igual que Tal ceres. No quería perder la oportunidad de conocer a la solandiana así que le pidió a su hermano que fuese con el capitán y ella con la regente

—Por favor Peter, hazme ese favor—le pidió con ojos de corderito degollado.

Peter suspiró.

—De acuerdo—le hizo una señal a Hier para que montara con él.

El hombre estaba un poco extrañado, pero aun así asintió y se montó con el Rey en el carruaje. Se hizo el silencio en cuanto los caballos empezaron a tirar y Peter maldijo a su hermana por hacerle una cosa como esa.

Sin embargo Susan no dejó ni un momento para el silencio.

—¡Hola Tal! Quiero decir, Ceres, se me olvidaba. Aunque si te gusta que te llame Tal, solo tienes que decírmelo—sonrió Susan.

La solandiana estaba confundida.

—Podéis llamarme como deseéis, alteza—respondió extrañada.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora