Lazos

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Tocaron las trompetas ante la llegada del nuevo Tisroc de Calormen. Los calormenos y vástagos entraron triunfalmente a la fortaleza como si fuera un desfile, aunque los habitantes no estaban animados en absoluto.

Llegaron al palacio donde les esperaban la Regente Tal, el capitán de la guardia Hier y la joven Koral. Ahora Ghemor llevaba ropas más ostentosas, con joyas incrustadas y miraba a la gente por encima del hombro. Más todavía, si era posible. A su lado iba Limoun, el comandante vástago del ejército.

—¡Estrellita!—gritó mientras corría hacia su hija y ella saltaba a sus brazos—Te he echado mucho de menos.

Koral abrazó fuertemente a su padre.

—Padre necesito muchas explicaciones—dijo la medio calormena.

—Y las tendrás Estrellita, más tarde—dijo mirando de reojo a Tal, que miraba al frente.

Ghemor sabía que ella odiaba estar bajo su mando ahora, ella y el que los vástagos llamaban ''dios''.

—Capitán Hier, aquí mi compañero Limoun está muy interesado en hablar con usted—dijo dándole paso al hombre lagarto.

—Oh Dios Congelado, tengo que hablar con usted seriamente, un asunto urgente—dijo casi besándole el culo.

Hier miró a Ceres y esta a él. Ambos suspiraron.

—Dime lo que quieras—dijo Hier un poco asustado.

—¡Aquí no, señor! Acompáñeme—dijo Limoun.

Tisroc Ghemor rio al ver como se marchaba Hier incómodamente junto al vástago, luego miró a Ceres sin dejar de sonreír.

—Supongo que los cuartos de mi hija y míos se hayan acomodado de la forma adecuada—preguntó con un tono que esperaba que la respuesta fuese sí.

—Todo está acomodado perfectamente—contestó de manera profesional.

—Bien, bien...—susurró—mañana llegan nuevos habitantes a la ciudadela, calormenos en su mayoría. Quiero un informe de población a las doce justo de la mañana.

—Si Tisroc—contestó la solandiana, mirando al frente.

El calormeno agarró a su hija del brazo y empezaron a andar, cuando se pararon y Ghemor se dio la vuelta.

—Por fin he vuelto a mi casa—le dijo a la solandiana mientras sonría y seguía su camino.

***

—¿Está cómodo, ser divino?—preguntó Limoun.

—Sí, muy cómodo gracias... ¿Por qué me ha traído aquí?—preguntó impaciente.

Limoun parecía dar saltos de alegría.

—¡Ha ocurrido un milagro! ¡La Diosa Eterna y Gran Señora de Narnia nos ha hablado!—gritó levantando las manos.

Hier alzó una ceja.

—¿Si? ¿Y qué os ha dicho?—preguntó sarcástico.

—Quiere conocerte de inmediato—dijo Limoun—, se pondrá muy contenta cuando lo haga. Tiene muchas ganas.

Casi le da un mini ataque al corazón al frio, ¿Jadis quería verle? De ninguna manera, le aterraba encontrarse con la bruja blanca.

—Lo siento, pero tengo mucho trabajo aquí—dijo levantándose nerviosamente.

—¡Pero usted tiene que ir con ella! ¡Volver a su hogar!—gritó el vástago.

Hier se dio la vuelta extrañado.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora