Muerte a Calormen

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¡Hola a todos! En el capitulo de hoy, aunque es largo, hay salseo. Y muerte. Y caspian. Sobre una cuestión, he ido dejando pistas y al principio este iba a ser dos capitulos, pero lo he reducido a uno asi que ya no hay tanto misterio, pero creo que está bien así. Espero que os guste.


Peter y Tal andaban en silencio con sus antorchas encendidas. Cada vez que oían algún ruido extraño o el viento silbar, empezaban a imaginarse cosas extrañas saliendo de los huecos oscuros del laberinto.

—Este lugar puede volver a uno loco—dijo Peter, tras quince minutos de silencio.

Tal tragó saliva.

—Eso me tranquiliza, muchas gracias—respondió sarcástica.

Peter sonrió. Le gustaba la manera de ser de Tal.

—Tenemos que llegar al centro del laberinto y encontrar la perla del destino—siguió hablando—E irnos corriendo.

—Su majestad, ¿A usted Aslan le habla a menudo?—preguntó Tal mirando a una esquina.

Le había parecido ver una sombra moverse. Tragó saliva. La luna iluminaba bastante el laberinto y hacía sombras verdaderamente fantasmagóricas. Solo se oía el viento aullando.

—Bueno, solo cuando tiene algo que decirme. Me habló de las perlas y de Sol Eclipsado, ¿Por qué lo preguntas?—dijo curioso.

—Llevo semanas queriendo hablar con él, pero no responde. A lo mejor es porque soy solandiana o porque no soy digna—suspiró.

Peter se rió.

—No creo que sea por eso—dijo mirando el cielo—.Por cierto, en la intimidad, puedes llamarme Peter.

Tal sonrió.

—Pues a mí puedes llamarme Ceres. En la intimidad, claro está.

***

Susan no se había despegado de Hier desde que entraron al laberinto. Se había pegado a su brazo y no se separaba. El albino no hacía nada más que suspirar impacientemente, ya que Susan no le dejaba avanzar.

—Yo siempre he sido muy valiente, ¿sabes Hier? Aunque la valiente era mi hermanita Lucy. La echo de menos—dijo agarrándole del brazo.

Hier suspiró.

—Majestad, el protocolo dicta que me llame Capitán. No me gustaría ser descortés—refunfuñó.

—¡Demonios Hier! ¡Estamos a punto de morir y tú te preocupas solo por el protocolo!—gritó Susan—Eres muy serio y muy agrio. Deberías de dejar de pensar en el trabajo. He oído cosas sobre tu pasado—Hier la miró alzando una ceja—¡Es muy misterioso! Deberías aprovecharlo para conocer chicas y tener una novia, casarte con ella y tener hijitos.

Hier suspiró.

—Majestad por favor, concéntrese—suplicó.

—¿No te gusta ninguna mujer?—preguntó Susan con una sonrisita pícara.

Hier se giró bruscamente.

—¡No! ¡Y me gustaría dejar de hablar de mi de una vez por todas!—gritó furioso.

Susan abrió la boca impactada por los gritos del albino.

—Tu...tu... ¡te sientes incomodo!—gritó Susan, sonriente—Eso es que sí. Tiene que gustarte alguien.Venga Hier, digame quien le gusta, anda digamelo, no se haga el estrecho.

Hier suspiró, desesperado.

—No, no me gusta nadie. Se lo ruego majestad ¡cállese!

En ese momento, los dos vieron pasar por el rabillo del ojo a alguien. Una figura.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora