Jadis

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Hier caminó por el templo que se erguía en nombre de la Diosa Eterna y la Gran Señora de Narnia. Los vástagos en realidad, vivían por y para la religión cuyo pilar central era ella. Luego tenían otro dios, pero no le habían hablado mucho de él.

Durante el viaje con Limoun (que había durado un mes) había aprendido muchas cosas sobre la cultura de los vástagos (que se denominaban así mismos Jadisianos en honor a su diosa) en realidad, eran gente normal. Hacían todo lo que su diosa les decía y por eso atacaron Narnia con toda la ferocidad del mundo. Eran unos fanáticos y eso era malo ya que no les dejaban pensar por sí mismos.

Cuando entró al templo lo hizo solo, ya que ninguno se atrevía a entrar. Dentro era un palacio de hielo: columnas de hielo, escaleras de hielo, grandes corredores y pasillos de hielo... os lo podéis imaginar. Pero a Hier no le molestaba el frio, cosa que no era una sorpresa. Entonces empezó a sentir una mirada penetrante en la nuca de su cabeza.

—Por fin después de tanto tiempo, has vuelto a mí—dijo la voz de una mujer. Era dulce y a la vez afilada, hermosa pero amenazadora.

—¿Eres Jadis? ¿La Bruja Blanca?—preguntó Hier intentando aparentar seguridad, pero logrando el efecto contrario.

—Limoun me había contado que tu no sabías nada sobre tu pasado, pero no había llegado a creerle...—entonces, Hier notó una mano apoyada en su hombro y unos labios le susurraron al oído—hasta ahora.

Hier se dio la vuelta aterrorizado y entonces pudo verla: era una mujer, no sabía qué edad ponerle ya que parecía joven pero a la vez miles de años vieja. Tenía el pelo de color rubio oscuro y la piel muy pálida. Como la de él. Casi translucida.

Tenía un montón de pieles blancas alrededor del cuerpo que lo cubrían enteramente, menos en los brazos, que estaban llenos de brazaletes. Una gran corona de veinte centímetros de largo adornaba su cabeza.

—Soy... soy... yo... me llamo Hier—tartamudeó.

La reina le miró de arriba abajo con asco y se echó para atrás.

—Mírate, no eres ni una sombra de lo que eras—dijo con repulsión en la voz.

—He venido aquí en busca de respuestas—dijo mirando al suelo.

Jadis se acercó a él y le levantó la cara delicadamente desde la barbilla.

—Lo sé. Puedo sentir cada pequeño pensamiento que hay en esa patética cabeza tuya—ambos se miraron a los ojos e Hier sabía que debía darle miedo, pero por un momento no lo tuvo. Y eso era extraño—¿lo sientes?

De repente, un rayo cruzó la mente de Hier. El frio se alejó.

—¿Qué ha sido eso?—preguntó tocándose la cabeza.

Jadis se rio estrepitosamente y se alejó de él por un corredor. Después hizo un signo para que le siguiera.

—No estás tan solo en el cosmos, Hier—pronunció Jadis con una sonrisa.

Hier la siguió por los corredores hasta que llegaron a una gran bóveda que de largo parecía no tener fin o si lo tuviese, serían los mismísimos infiernos. Hier se impresionó de la gran sala de hielo, pero lo que más le chocó fue lo que había abajo: cientos de personas. No personas reales, parecían esculturas de hielo.

Hier miró a Jadis y luego a las esculturas.

—¿Qué... son?—preguntó sobrecogido ante el panorama.

Jadis sonrió y miró las esculturas.

—Son tú. Tú eres ellos—dijo con voz poderosa—Y ellos son yo.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora