Yol Curzon

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Aun cuando estuvo a varios kilómetros de Sol Eclipsado, Ceres no podía dejar de pensar en la pelea con el tarkaan. Lo había estado deseando durante años, poder clavarle un cuchillo en el ojo, y ahora no debía. Eran aliados.

Iba pensando en sus cosas cuando de repente, empezó a ver un rastro de hielo. Eran pisadas hechas de hielo.

Curiosamente las pisadas iban al mismo lugar que ella y poco después llegó hasta la persona que las dejaba.

—¿Quién anda ahí?—dijo sacando su espada.

Pero entonces, vió que era Hier.

—¿Hier? ¿Qué haces aquí?—preguntó sorprendida. El capitán llevaba una capa con capucha.

—Yo podría preguntarte lo mismo, Regente Tal—sonrió.

La solandia agachó la mirada sonriendo.

—Yo... no estaba de acuerdo con el Rey Peter. He decidido pedirle ayuda a Curzon—dijo un poco avergonzada—¿Y tú?

Hier sonrió.

—Yo iba a hacer justo lo mismo, pero me alegra de que esté aquí alguien que le conoce.

La solandiana le miró y tocó el hombro.

—Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras –le recordó.

—Lo sé—respondió él, mirandola a los ojos. Se dio cuenta de que se había quedado embobado y tuvo que apartar la vista—.Llegaremos a la cuevas en unas horas si...

—Hay que ponerse en marcha, ir de noche es peligroso.

Llegaron a las cuevas media hora después. La guarida se encontraba en una región llamada ''Mar de Roca'' no muy lejos de Sol Eclipsado.

—¿Quién anda ahí?—preguntó la voz de un hombre de detrás de una roca.

Los dos visitantes se giraron.

—Soy Tal Ceres, regente de Sol Eclipsado y este es Hier, el capitán de mi guardia.

De repente, aparecieron cientos de cabecitas más. Ceres empezó a sonreír y entonces uno de ellos se acercó, con paso decidido. La solandiana le miró con fuerza y desconfianza durante unos segundos y cuando se acercó lo suficiente, se echó a sus brazos.

—¡Yol Curzon!—gritó ella mientras lo abrazaba y sonreía.

Hier frunció el ceño y se apartó.El hombre se quitó las telas que le cubrían la boca y reveló su rostro. Aquello enfermó a Hier, Curzon era muy guapo. Demasiado. Era rubio apagado y tenía los ojos verdes y al parecer, muy buena condición física.

—¡Tal Ceres!—gritó él mientras la estrellaba entre sus brazos—Pensaba que nunca volvería a verte.

—Nunca digas nunca—sonrió ella.

Curzon miró a Hier sonriente, pero no le dijo nada y volvió a hablar con Ceres.

—Dime, ¿has decidido unirte a nuestro pequeño grupo de una vez por todas?—preguntó pasándole un brazo por el hombro.

Ceres le sonrió. Hier notó que había mucha cercanía entre ellos... ¿era solo amistad? ¿O eran amantes? El pobre no dejaba de pensar en eso. Él siempre había sido muy reservado, no le gustaba expresar sus sentimientos abiertamente... caso contrario el de Ceres y al parecer, Yol Curzon.

—Aun no estoy tan desesperada Curzon—respondió ella dándole unas palmaditas en el pecho—.Pero he venido a pedirte ayuda—el hombre frunció el ceño y miró a Hier de reojo—¡Oh! Este es Hier—sonrió la solandiana—.Hier, este es Curzon.

Los dos hombres se miraron, por un segundo desafiantes. Entonces, el solandiano le sonrió a Hier y se acercó a estrecharle la mano.

—Que Aslan ilumine tu camino—dijo simpático.

Hier se había quedado un poco parado.

—I-igualmente—respondió.

Todo el mundo se quitó sus disfraces para que pudieran verse mejor y eran solandianos, archendlandeses e inclusos narnianos. Entre todos había niños y niñas, con sus padres. Les acompañaron dentro de una piedra que daba paso a una gruta en al mar de piedra, y para sorpresa de Hier, era una cueva con mucha profundidad y muy espaciosa, con pisos y todo. Una mini ciudad hundida en la tierra.

—¿Cuánto es de profunda?—preguntó el capitán asomándose al borde.

—Cien metros y en el fondo hay un lago, pero yo que tu no saltaría desde tan alto—bromeó Curzon.

Ceres se rio. Parecía muy feliz y eso ponía enfermo a Hier.

—Hier, escúchame—dijo poniéndole la mano en el hombro—,voy a ir a hablar con Curzon, ¿de acuerdo? Van a llevarte a mi casa, espérame ahí.

El capitán abrió la boca.

—¿Tu casa...? Estas... ¿estas segura de que no quieres que te acompañe?—preguntó un poco furioso.

Ceres sonrió aún más, si podía.

—Puedo yo sola, tranquilo, ¡nos vemos!

***

Se despertaron con la luz del sol, aunque había sido una noche muy dura para Lucy. Necesitaba (mejor dicho) anhelaba volver a usar la pulsera. Había estado tentada a salir en mitad de la noche solo para cazar animales con sus manos.

—¿Estas bien, Lu?—le preguntó Edmund mientras cabalgaban en el mar de roca.

—Sí, perfectamente. Pero he pensado que podrías cazar algo para desayunar, ¿no?—preguntó Lucy—Algo bien sabroso. Lo podría cazar yo.

—No hará falta, estamos a menos de un cuarto de hora de la ciudad de roca—dijo Aleeya, contenta.

Lucy resopló.

—Pero podría cazar algo y podríamos reponer fuerzas mientras nosotros...

—Tú ni siquiera sabes cazar—dijo Edmund—Además, eras la reina de Narnia, ¿no?—se rio Edmund.

Tal y como dijo Aleeya, llegaron a la gran caverna (gran, gran, gran caverna) unos minutos después. Después de identificarse como Aleeya, les dejaron entrar. Lucy y Edmund volvían a ser Narnianos en el anonimato.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora