Un beso frío como el hielo

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Hier estaba atado, literalmente. Después de que Jadis le hubiese dicho que ella le había creado, se había vuelto loco y había intentado escapar del templo, pero no encontraba la salida. Entonces, dos estatuas de hielo cobraron vida de pronto y le atraparon. Ahora que eran estatuas con vida, eran iguales que él, albinos. Solo que hacían todo lo que Jadis les pedía, como si fuesen sus esclavos. Ahora estaba atado mientras algunos vástagos (o Jadisianos, como se denominaban a sí mismos) construían armas. De fuego. Dentro del templo.

—¿De ahí sacaron los vástagos las armas de fuego? ¿De ti?—preguntó intentando escapar. Pero sus cadenas estaban ancladas en la pared.

Jadis paseaba mientras por la sala supervisándolo todo.

—Después de tu patético intento de huida de hace unos días, ¿ verdaderamente aun piensas que confío en ti?—contestó Jadis sin mirarle tan siquiera.

El frio tenía que pensar en algo y rápido.

—Aún estoy con vida—comentó.

Jadis se dio la vuelta y le miró seriamente.

—De momento—respondió.

Entonces Hier se puso a pensar. Él era lo mismo que aquellas estatuas vivientes... ¿entonces él era una estatua? Tal vez lo fue y al darle Jadis la vida, decidió escapar. Y ahora había vuelto como un estúpido. Pero la reina le había dicho que no era ni la sombra de lo que era antes y a juzgar por como ella le hablaba, ella le conocía de verdad, como si fuese un amigo.

—¿Qué quisiste decir con que tú fuiste mi creadora? ¿Yo soy como uno de esos...?—intentó preguntar señalando a la cabeza a los trabajadores albinos.

Los vástagos se fueron de allí y empezaron a llegar más albinos a trabajar, como si pensaran como uno.

—Se llaman frios, por razones evidentes—contestó Jadis, acercándose lentamente a Hier.

—Bueno...—trató de decir el hombre.

Entonces la reina se pegó a él, invadiendo su espacio, rozando la punta de sus narices. Estaban muy cerca.

—También sé que tú lo sabias. No puedes hacerte el estúpido conmigo, estamos conectados—contestó. Hier podía sentir su gélido aliento en la cara—.Y no, no eres como ellos...—Jadis alzó la mano y le acarició la cara con suavidad—eres diferente.

Hier tragó saliva. Por una parte estaba sintiendo verdadero terror al estar frente aquella mujer, pero por otra... aquella caricia había sido algo nuevo. Jamás había sentido aquello, no era deseo o amor, era algo así como...

—...la palabra que buscas es anhelo—dijo Jadis—.Si recordaras quien eres...—súbitamente enfadada, se dio la vuelta y destrozó una máquina de hacer armas de fuego, luego congeló a tres de sus Frios—¡Si lo recordaras no estarías encadenado! ¡No lo permitirías!

Hier se estaba empezando a poner nervioso, ¿Qué se supone que debía de hacer? Durante toda su vida había querido buscar las respuestas sobre quien era, y ahora cada vez quería saber menos.

—¡VAMOS HIER!—gritó Jadis—¡Lucha por tu vida!

Entonces, empezó a mandar encantamientos sobre el hombre. Eran pedazos de hielo, que le rasgaba las ropas y se le clavaban en la cara, mientras que ella no dejaba de gritar furiosa. Hier no podía sopórtalo más. Sus cadenas empezaron a congelarse y cuando no soportaron más el enfriamiento, se rompieron en un millón de pedazos.

—¿¡Crees que es suficiente!?—gritó Jadis, entonces cogió más energía y movió la sala entera. Las columnas empezaron a despedazarse y los trozos volaban hacia Hier para clavarse y matarlo.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora