La Divina Comedia

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—Seguro que os habéis enterado de que los calormenos, comandados por Tarkaan Ghemor, se han unido a las fuerzas invasoras vástagas en su lucha por conquistar Narnia—anunció Curzón, a toda la ciudad e piedra—.Tal vez ahora los Solanidanos, Narnianos, Telmarinos y Archenlandeses estén de nuestra parte en nuestra lucha contra los calormenos.

Edmund frunció el ceño. No le daba buena espina la dirección que estaba tomando el discurso. Miró a Lucy, aunque ella no parecía darse cuenta. Aleeya estaba que derrochaba amor por las orejas.

—No nos queda otra opción que armarnos y prepararnos para la batalla—todo el mundo gritó, animados por las palabras de su líder—, sin embargo no estamos preparados. Pero sé de un lugar que nos va a poder proporcionar unas armas nunca vistas.

—¿Qué lugar es ese?—preguntó Jarana entre la multitud con el niño en brazos.

—Las inexploradas tierras del oeste—dijo Curzon con una sonrisa. Todo el mundo se quedó en silencio.

—¿¡Las tierras del oeste!? ¡Estás loco Curzon!—gritó un hombre entre la multitud.

Todo el mundo empezó a gritar y a pedirle respuestas a su líder, mientras que Curzon pedía calma.

—¡Silencio!—gritó—Todos hemos oído historias sobre el oeste, pero fuentes fiables de información me han dicho que allí tienen armas que nosotros no poseemos y magia poderosa—dijo el solandio, intentando mantener la calma.

—Allí hay dragones, trolls y espíritus roba almas, ¿Quién es su sano juicio iría allí?—preguntó una mujer en la multitud.

Todo el mundo se quedó en silencio. Era una locura aceptar esa misión.

—Sé que es una misión difícil, pero lo necesitamos. Además, si los vástagos ganan esta guerra, no nos quedará otro sitio donde ir—respondió Curzon.

Aleeya vio su oportunidad de lucirse ante el jefe de los rebeldes y levantó la mano.

—¡Yo me presento voluntaria!—gritó.

Kalhed se dio con la mano en la cabeza.

''Otra vez no'' pensó. Sabía que no podía detenerla, así que si no puedes con el enemigo...

—...me uno a ella—gritó el calormeno.

Hubo un suspiro generalizado de alivio al saber que los dos calormenos abandonaran aquel lugar a morir.

Lucy y Edmund se miraron. Era una gran decisión. Nunca habían llegado tan lejos y era posible que no regresaran. Además, debían de buscar a sus hermanos, que seguro que estaban por allí, escondidos como ellos, en medio de aquella guerra.

—¿Alguien más se une?—preguntó Curzon.

Aleeya y Kalhed miraron a sus amigos, sabían perfectamente que ellos los acompañarían.

—Yo me uno—gritó un telmarino.

—¿Alguien más?—preguntó Curzon.

Lucy miró la cara de ilusión de Aleeya esperando que Lucy levantara la mano. Pero no la levantó. Ninguno de los Pevensie lo hizo.

—Muy bien, partiréis al amanecer—dijo Curzon, luego disolvió la reunión.

Todos se fueron a donde estaban antes, menos los dos calormenos. Cuando la gente se disipó, los Pevensie pudieron ver la cara de desilusión de Aleeya y la de decepción de Kalhed.

***

—¡Ha llegado una carta!—gritó Lemec, entrado en la habitación del Capitán de Sol Eclipsado.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora