A traves del desierto

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Los cuatro se adentraron en las calles de Tashbaan, atestadas de gente que iba de un lado para otro. Entonces Kalhed decidió que era suficiente el correr:

—¡Basta!—gritó el calormeno—No nos siguen.

Los tres miraron para todos los lados mientras sus pechos no dejaban de subir arriba y abajo. Edmund no había corrido tanto en su vida.

—Gracias por salvarme—dijo Aleeya abrazando fuertemente a su hermano.

La muchacha debía de ser un año menor que Lucy, tenía los ojos de su hermano, la piel morena y el pelo negro, como era propio de los calormenos. Tenía el rostro muy redondo y dulce. Kalhed frunció y ceño y se irguió.

—¿Hay algo que queráis contarme... sus majestades?—preguntó Kalhed, enfadado.

—Nosotros... bueno... no creíamos que necesitases saberlo—dijo Edmund, que no parecía tan preocupado como Lucy.

—No es eso, solo que... bueno, tu liderabas una banda en la cárcel y... parecías mala persona—dijo Lucy—¡Pero solo al principio! Después te conocimos y vimos que no.

—¿Y qué os impidió decírmelo después? ¿Eh?—preguntó cabreado—Yo valoro la sinceridad y la lealtad. No me gusta que me mientan y vosotros, Rey y Reina de Narnia, lo habéis hecho. A la cara, durante meses.

—Necesitábamos ir de incognito ¡no vamos a pedir perdón por ello!—gritó Lucy.

El calormeno negó con la cabeza.

—Como soy una persona honesta, cumpliré mi parte del trato y os daré camellos y provisiones para pasar el desierto—dijo con odio en la mirada—.Pero no quiero veros jamás.

***

Por medio de contactos, Kalhed les consiguió dos buenos camellos y agua y comida para una semana. Estaban en los límites de la ciudad. Lucy había decidido ignorar al calormeno en todo momento. Era cierto que ella era una reina, ¿no? Pues ahora iba a comportarse como tal. Además, ¿Quién se había creído que era ese calormeno? Él era un asesino... como ella en realidad. En eso estaban en el mismo nivel. Pero había decidido olvidarse de aquello.

Edmund tampoco iba a despedirse, si Kalhed quería comportarse de aquella manera era cosa suya. Pero al menos si se lo agradeció.

Cuando terminó de darles las cosas, miró a Lucy a los ojos.

—Esto es un adiós, majestad—le dijo a la chica solemnemente, después de todo lo que habían pasado juntos y esto era todo el adiós.

Estaban tan tan cerca, que Lucy podría haberle dado una bofetada.

—Supongo que esto es todo—respondió montándose en su camello.

Los dos hermanos partieron de Tashbaan sin mirar hacia atrás y adentrándose en las duras arenas del desierto. El dia fue muy largo y ninguno de los Pevensie habló en todo el camino. Cuando cayó la noche, pararon y encendieron una fogata.

—Lu, estás muy rara desde que partimos de Tashbaan—dijo Edmund, comiendo un trozo de Pollo Calormeno.

—No me pasa nada... pero no dejo de darle vueltas a...

—¿A Kalhed?—preguntó Edmund con una sonrisa pícara.

Lucy le mortificó con la mirada.

—¡No!—gritó—Pero si tiene que ver con él.

—Me lo imaginaba—se rio Edmund.

Su hermana suspiró desesperanzada.

—Solo tenía el orgullo herido, no te preocupes—sonrió mientras la abrazaba—Cuando lleguemos a Narnia dejarán de tratarnos como plebeyos y así te olvidarás de todo lo que ha pasado.  

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora