Todo por la borda

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Esta vez Tal viajó con Peter, ya que el monarca necesitaba hablar con la solandiana. A pesar de que había ayudado a recuperar la perla, seguía pareciendo enfadada porque su hermaqna y él estuviesen allí.

—Ceres creo que debemos de hablar—dijo Peter, utilizando el mismo tono cuando quería regañar a Edmund.

La solandiana dejó de mirar por la ventana y observó a Peter, extrañada.

—Decidme, majestad—respondió irónicamente.

—¿Quién es Tarkaan Ghemor? ¿Por qué le odias tanto?—preguntó.

Ella suspiró y se sentó erguida.

—Era y es un Tarkaan muy celebre y querido por el Tisroc. Tanto es así que durante varios años fue el intendente de Sol Eclipsado... muchos años, en mi niñez—Peter se preparó para oír la historia—.No sé si sabéis que viví en los campos de trabajo de las minas de Sol Eclipsado cuando era niña. Cada cierto tiempo Sol Eclipsado tenían un nuevo regente. Una noche, mientras nos moríamos de hambre por llevar sin comer durante días, unos sucios calormenos se llevaron a mi madre a rastras.

—Lo siento—dijo Peter, imaginándose lo peor.

La mirada de furia de Tal era asombrosa.

—Grité para que se quedara junto a nosotros, pero jamás la volví a ver—se limpió una lagrima que le acababa de escapar—.Mi padre nos contó que Tarkaan Ghemor (que era el intendente en ese momento) había dado orden de ejecutar a mineros al azar para mantener el miedo en la gente. Cuando supe lo que le habían hecho a mi madre juré que cuando tuviera la suficiente edad me uniría a la resistencia solandiana y acabaría con todos los calormenos.

La solandia apretaba tanto la mano que le empezó a salir sangre por clavarse las uñas.

—Lo siento, lo siento mucho de verdad—dijo cogiéndole la mano para darle ánimos—.Pero no puedes odiar a una raza solo por un hombre.

—¿¡Un hombre!?—gritó Tal levantándose—¡Su pueblo lleva 300 años esclavizándonos, torturándonos y aniquilándonos! ¡Son una raza de sabandijas que no deberían existir!—gritó con odio y furia.

Peter no podía creer las barbaridades que estaban saliendo por la boca de la regente de Sol Eclipsado.

—¿Eso crees de verdad? Ahora dime: un bebe calormeno, que no tiene la culpa de los delitos que ha cometido su pueblo, ¿le asesinarías?—preguntó con convicción.

Aquella pregunta dejó a Tal perpleja.

—No lo sé. Ese bebe crecerá alguna vez y se convertirá en un odioso calormeno que matará a niños solandianos inocentes—dijo Tal con odio en la voz.

—Entonces si le matas estarías poniéndote al mismo nivel que los que mataron a tu madre. Al mismo nivel que Tarkaan Ghemor—dijo el rey Peter, el magnífico.

Tal se quedó con la boca abierta y luego cruzó los brazos y se reclinó en el asiento. No sabía que contestar.

—¿No has conocido nunca a un calormeno agradable?—preguntó sonriente, le gustaba verla sin saber que contestar.

Ella empezó a pensar y después de un rato se le iluminó la cara.

—El único al que conocí y que me dejó un buen recuerdo, fue un hombre. Era muy pequeña e hice que un caballo tirase a un gran general del Tisroc. Iban a azotarme, pero entonces llegó mi héroe—pronunció esa palabra son una sonrisa esperanzada en la cara— y les convenció de que no lo hiciera. Luego me dijo que era una niña muy lista y me dio una manzana. La primera manzana que comí en mi vida.

Las Crónicas de Narnia: Perlas del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora