Capitulo 10

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El Señor Agreste esperaba de pie en un extremo del salón blanco y gris donde se podía contemplar el cuadro familiar donde aparecían su mujer, él y su hijo.

Con un semblante serio y frío miró a su hijo de arriba abajo. Adrian sabía qué, sin duda, estaba enfadado, pero él no sabía por qué. No se le ocurría nada por lo que su padre estuviera tan malhumorado.

- ¿Dónde has estado Adrian?

Ni si quiera un simple "hola".

- He estado estudiando en casa de una amiga de mi clase.

- Debiste venir antes a casa a estudiar. Claramente si estudias con alguien estás ayudando a esa persona y eso te retrasa a la hora de tus estudios. - replicó seriamente el señor Agreste.

- Estudié ese tema con mucho tiempo antes del día del examen. Me lo sé de memoria. - intentó defenderse Adrian.

- No importa. No debes entretenerte por tonterias como esas.

Adrian frunció el ceño. Ésta vez su padre se había pasado de la raya. Estar con una amiga no era una tonteria. Y mucho menos ayudarla. Marinette no era una perdida de tiempo. No era un entretenimiento. Era una buena amiga que le ha perdonado y apoyado en los momentos difíciles.

- ¡Marinette es mi amiga, no una distracción!

Sin quererlo, Adrian levantó la voz. Su padre se sorprendió pero enseguida volvió a mostrarse serio.

- Deja de ponerte sentimental por tonterias y céntrate en lo que te conviene.

- Pero papá...

- ¡Ya basta!

Adrian se quedó de piedra y callado.

- No sé que pensaría tu madre si te viera.

Fue ahí cuando Adrian sintió que el tiempo se detenía y su alma abandonaba su cuerpo.

Se fue a su cuarto corriendo y cerró la puerta de un portazo. Le dio ganas de dejarse caer para quedarse apoyado y llorar hasta no quedarle ni una gota. Sin embargo, eso no arreglaría nada. Lo único que podría ayudarle era cambiar de vida, de identisad. Y podía hacerlo. Solo Catnoir podía ayudarlo a aliviar el dolor y la soledad.

Se transformó y saltó de la ventana se su habitación a una farola y de ésta al tejado. Luego otro, y otro, y otro.

Catnoir resbaló por una de las columnas de hormigón mojadas por la lluvia que empezó a caer sin ni siquiera darse cuenta y cayó de la cima al callejón que se encontraba abajo.

Se hizo mucho daño. Era posible que se hubiera torcido la muñeca pero no le importó. Después de quedarse totalmente quieto en el encharcado callejón, movió poco a poco todas las partes de su cuerpo y comprobó que se dió un golpe fuerte en la cabeza y tenía un moraton en el brazo y en el hombro. Cuando se levantó apoyó su espalda en la enladrillada pared y se quedó sentado ahí mismo, en el oscuro y desolado lugar.

Apoyó su rostro en sus rodillas y volvió a llorar escuchando sus propios sollozos y el jarreo de la lluvia empapándole enteramente el cuerpo. No le importó nada de lo que pasaba a su alrededor. Cogería un terrible catarro pero no le importaba. Ya no sentía caer las gotas de la lluvia en su espalda ni el frío que lo invadía y helaba. Estaba sólo.

De repente, Catnoir dejó de sentir la caida de las gotas en su espalda y al notarlo levantó lentamente la cabeza. Se quedó ojiplático al ver a Marinette.

Sonrió delicadamente al chico y le tendió la mano. Ella iba vestida de rojo, incluyendo su paragüas que era rojo con lunares negros.

Catnoir, aún aturdido, alzó su mano y la apoyó en la mano de Marinette. La calidez de sus suaves manos le hicieron entrar en calor a los pocos segundos. Sonrió sin darse cuenta y a cambio Marinette le sonrió con más confianza. Pero cuando sintió el lígero agarre de la chica, sintió un punzante dolor en la muñeca y puso una pequeña mueca.

Las Aventuras De Ladybug Y Catnoir: Una Historia De Amor DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora