Capitulo 34

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Adrian miraba sorprendido y apenado a la pequeña kwami naranja después de oir el resumen de la historia que le acababa de contar. Nunca se imaginó que Lila pudiera haber pasado una vida tan dolorosa por su pasado. Y pensar que no pudo disculparse ni despedirse de su madre como querría haberlo hecho él con la suya.

  - El hombre que asesinó a Ela... - a Kennéa se le atascaron las palabras en la garganta. - Fue el padre de esa chica cuando recibió la condicional al día siguiente.

  - Debió de ser muy duro. - suspiró. - Lo siento.

La pequeña zorrita derramó una lágrima y sin dudarlo abrazó a Adrian en la mejilla. Por primera vez desde que perdió a Marinette, Tikki y Plagg se sintió feliz por tener a alguien a su lado. Aunque estuviera encerrado no estaba solo y eso lo hacía sentir bien. Por un momento se preguntó si Lila se sentía siempre asi de sóla. Pensó que en el fondo no eran tan diferentes y que por eso intentó salir con él antes de que fuera demonizada la primera vez.

  - Yo siento de veras que estés aquí. - hizo una pausa. - Atado como un delincuente.

  - ¿Podrías quitarme las cadenas por favor? - le preguntó Adrian con algo de duda. - No me iré solo quiero descansar un poco la muñecas.

La kwami lo miró un momento y luego le liberó transpasando las cadenas con su poder.

  - Gracias. - dijo educadamente mientras se masajeaba una de las muñecas de su cuerpo.

  - ¿Por qué eres así Catnoir?

Esa pregunta sorprendió al chico. En todo el tiempo que había estado aquí nunca le había oido decir uno de sus nombres propios, o por lo menos no tan directamente.

  - No te entiendo. - respondió Adrian.

  - El Catnoir que yo conozco no es un chico tímido que se conforma y ve el lado bueno de las cosas cuando está perdido. - comenzó a explicar con una voz serena. - El gato negro que conozco no se conformaría sino que lucharía y se liberaría de sus ataduras. ¿Y tú Adrian? ¿Que ha pasado con ese Catnoir que nunca se rendía? ¿Que te ha hecho perder las ganas de vivir, de ser libre y feliz? - le preguntó Kennéa con tristeza.

Adrian escuchó y examinó todas esas preguntas en su mente y poco a poco su rostro se tornó serio y decaido. Recordó el fiero y cruel bombardeo de rayos naranja con las que Volpina hirió de gravedad a Ladybug, el sentir de su débil pulso en sus brazos y la forma en la que sus manos se rozaron por última vez antes de que Marinette cayera rendida en la superficie metalica de la Torre Eifell. Perdió a su lady, a su princesa en el mismo sitió donde se juró que nunca la dejaría caer. Y no cumplió su promesa.

  - Es porque... - tragó saliba y apretó los dientes. - ella ya no está.

  - ¿Que quieres decir? - preguntó Kennéa sin comprender.

  - Que Marinette... Marinette ha... - Adrian tapó su cara con las manos. - Ha muerto. - al final de ese susurro el chico desahogó su tristeza con llanto y lágrimas sin consuelo alguno.

Kennéa observó al pobre chico con un dolor que se extendía en su pequeño pecho peludo y levitando lentamente se marchó de la habitación dejándo a Adrian solo.

Era de noche. Marinette tuvo una pesadilla que la dejó en vela a partir de las seis de la mañana.

Siempre era la misma pesadilla. Adrian era arrastrado hacia un lugar oscuro y desolado sin que ella pudiera salvarlo. ¿Que pretendía decirle ese sueño? ¿Que Adrian corria peligro de ser envuelto en la oscuridad?

Esa pregunta la hizo temer que Adrian no volviera a ser el mismo o que no volviera estar a su lado. La preocupació  se convirtió en terror hasta que el sol salió del horizonte mas o menos a las 7:30 de la mañana.

Preparó una mochila con un pequeño maletín de primeros auxilios por si acaso Adrian necesitaba cuidados o por si ella acababa siendo herida por sus anteriores marcas. Aun no se había recuperado del todo y temía que por sus movimientos sus antiguas heridas se abrieran. También metió algo de comer para los kwamis y para ella.

  - ¿Que estas haciendo Marinette? - preguntó Tikki a su portadora.

  - Voy a ir a buscar a Adrian. - dijo la chica decidida sin mirarla.

  - Pero Marinette tus heridas aun no se han curado del todo.

  - Tikki tiene razón. - respondió Plagg acercándose a la kwami escarlata. - Será mejor que sigas descansando.

Marinette se detuvo pero siguió sin mirar a los kwamis. Respiró hondo y suspiró.

  - Lo siento mucho chicos. Sé que os prometí que no haría nada hasta que me recuperara del todo pero ya no puedo quedarme más de brazos cruzados.

Se levantó del suelo ya que estaba de rodillas y miró a los kwamis quienes la miraban impacientes por ver que diría a continuación.

  - Adrian me necesita. Me necesita ahora y no voy hacerle esperar más.

Es cierto que desde el accidente pasaron mucho tiempo pero Tikki seguía sin estar convencida de que Marinette se marchara a buscar por París a Adrian. Plagg observaba la escena y escuchaba indiferente a las chicas comunicándose con miradas silenciosas.

  - Por favor, Tikki. Por favor te lo pido como amiga. Deja al menos que lo intenté. En cuanto pasen unas horas volveremos a casa. Te lo prometo.

Tikki siguió observando a su amiga quien no paraba de suplicarle con la mirada.

Las palabras de Marinette fueron tan sinceras y convincemtes que no pudo reprimir una sonrisa y u  gesto de asentimiento.

  - Esta bien Marinette. Lo haremos juntas.

Tikki voló hasta su alegre portadora y le abrazó por la mejilla a lo que ella respondió con una dulce sonrisa llena de afecto y felicidad. Cuando se separaron las chicas miraron al gatito negro con algo de suplica en sus ojos esperando su respuesta.

Plagg, a pesar de su personalidad, observó a las chicas y supo que no podría escapar de esta.

  - Solo si me dais más queso.

Ante esa afirmación, Marinette sacó un poco de queso de la mochila que había preparado y se transformó en Ladybug. Una vez que el kwami negro terminó de comer, Marinette pensó en dejarlo descansar dentro de uno de los bolsillo de la mochila y ponerse ya en marcha.

  - No te comas el queso de emergencia. - le dijo la superheroina algo severa pero con una sonrisa.

  - No te prometo nada. - y dicho esto se escondió en el bolsillo de la mochila.

Marinette rió por lo bajo y a punto de marcharse se quedó helada al ver su escritorio. Aquello que le hizo detenerse de golpe fue el pañuelo rojo de lunares negros que le regaló Adrian.

Su Adrian y su Catnoir. El chico al que tanto ama y amara siempre.

No era por ser cursi pero con él a su lado, la vida de Marinette se llenaba de color y de sentido. Sin él nada sería igual.

Cogió el pañuelo y lo inhaló volviendo a envolverse con esos olores que quedaron impregnados desde el primer momento. Al inhalar hondo, echó todo el aire fuera y llena de determinación, se ató el pañuelo en el cuello de la misma manera que lo hizo Cat y se acercó a la barandilla de su balcón.

Observó a su querida ciudad, a su gente y los grandes edificios confesando una promesa silenciosa en lo más profundo de su corazón. Una promesa que cumpliría sin la menor vacilación como la primera vez que juró junto a Catnoir proteger París y a su gente en todo lo que pudiera.

Se prometió a sí misma y a Adrian que lo salvaría y que se quedaría a su lado para siempre, pasara lo que pasara.

Las Aventuras De Ladybug Y Catnoir: Una Historia De Amor DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora