Capítulo 4

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Oigo como la puerta de la habitación se abre lentamente. Me muevo hacia el otro lado y oculto mi cara en la almohada. Mi cuarto se ilumina cuando mamá abre las cortinas, como suele hacerlo todos los sábados a las ocho de la mañana. Balbuceo y me cubro la cabeza con el edredón. La oigo reír y abro un poco los ojos.

—Vamos, Kya —me dice sentándose en el borde de la cama mientras que me mueve un poco—. Es sábado, día hermoso, lleno de cosas que hacer...

—Estoy deprimida... —le digo entre más balbuceos—. Me quedaré en casa hoy —aseguro. Pero mamá es mamá y sé qué eso no pasará.

—¿Por qué estás deprimida? —pregunta.

Me quito el edredón de la cara y suelto un grito en la almohada. Ella vuelve a reír y quita todos los mechones de mi cara cuando me volteo a verla.

—Hay un chico que me gustaba... —confieso. Me detengo unos segundos a observarla. Mamá siempre se ve radiante. No importa lo que se ponga, no importa a donde vayamos, siempre se ve estupenda. Hoy lleva un vestido recto color azul oscuro y su cabello tiene esos bellos rizos que tanto me encantan—, y creo que ese chico me ha comenzado a gustar de nuevo —le digo, mordiéndome la uña del dedo índice. Ella saca mi dedo de mi boca y me lanza una mirada de desaprobación. Luego acaricia mi cabello y vuelve a sonreír de nuevo.

—¿Puedo saber quién es?

—Mejor no —le digo con una sonrisa nerviosa.

—¿Es el hijo de Gina? —pregunta emocionada—. ¿O alguno de los gemelos de Liz? ¿Es Blake? ¡Dime! —exclama haciéndome cosquillas.

—¡Ese hombre es imposible! —grita Simon al otro lado del pasillo y parece molesto. Mi madre comienza a reír y ya puedo imaginar lo que sucedió.

—Levántate ahora o tu padre te echará agua fría —me advierte ella. Pongo los ojos en blanco y me acuesto en la cama otra vez.

—Papá no lo haría —aseguro.

Simon aparece en mi habitación con cara de pocos amigos, tiene el cabello empapado y gran parte de su camiseta también.

—Levántate, si lo hará —me dice molesto. Yo comienzo a reír sin parar y me pongo de pie. Mamá comprime su risa y al ver a Simon, coloca ambas manos en sus caderas y frunce el ceño.

—¡Simon Eggers! —chilla y señala el piso. Él pone los ojos en blanco y suelta un suspiro.

—Lo limpiaré, mamá...

Mi medre nos lanza una mirada de advertencia y se marcha por el pasillo con sus tacones haciendo ruido por todas partes.

Me siento en la cama de nuevo y luego papá aparece en mi habitación.

—¿Agua fría, princesa? —pregunta señalando la jarra de vidrio. Me río y niego con la cabeza.

—¡Es injusto! —chilla Simon—. ¡Ella es más holgazana que yo!

—Ve a secarte —ordena papá entre risas. Él se marcha molesto y cierra la puerta de su habitación con fuerza. No puedo evitar reír. Papá deja la jarra sobre mi mesita de noche y se sienta a mi lado. Él también se ve perfecto, pero es sábado y hoy no lleva traje. Sólo unos pantalones vaqueros y un suéter azul. Jamás me quitaré esa idea de que él y mamá se visten a combinación.

—¿Te sientes mejor? ¿Ya no has tenido nauseas?

Niego con la cabeza y lo abrazo. Hundo mi cara en su pecho y huelo su colonia. Nunca habrá nada como los abrazos de papá. Él acaricia mi cabello sin decir nada y se lo agradezco en silencio porque no quiero preguntas ahora.

 KYA - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora