Capítulo 45

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La música está por acabar, todo da vueltas, mis pies arden, tengo sudor por toda la cara y el cuello, las luces me molestas y cuando por fin me detengo, los breves aplausos comienzan, es casi patético, pero igual me parece suficiente.

—Bien. Buen ensayo. Los quiero a todos mañana a las ocho.

El director se va hacia otra dirección y mis cuatro compañeras de baile comienzan a mover sus cuellos de un lado al otro para hacer que sus huesos suenen. Yo me seco el sudor de la cara con la mano y después camino hasta mi bolso. Estoy exhausta. Fueron casi seis horas de ensayos sin detenerme ni un solo segundo. Tengo sed, hambre, sueño y deseos de gritar.

—Kya —me llama la chica de cabello castaño cuando estoy a punto de tomar mi bolso—, hoy nos toca tomarnos las medidas. No lo olvides.

Parpadeo un par de veces y le digo que sí. Pero no, lo había olvidado por completo. Mi cabeza es un desastre, no puedo recordar más de dos cosas a la vez, estoy cansada, me siento rara y sola...

El acabó conmigo. Acabó conmigo en todos los sentidos. Y siento que se llevó un pedazo de mí. Hace más de dos semanas que no sé nada de él, pero hace más de dos semanas que mi cabeza hace que lo piense cada maldito segundo del día. No importa que tan mierda sea, no importa si estoy hecha trizas, no importa nada, sólo pienso en él, y en las miles de cosas que no pasaron porque él no quiso.

Cuando lo noto, estoy casi sola en la sala de ensayo, acomodo mi bolso y camino con prisa hasta las escaleras. Hoy será el día de las medidas y puedo imaginar lo que me dirán.

—Bajaste de peso —comenta la señora de cabello corto—. Tendré que reajustar tu vestido de nuevo.

—Bien. —respondo en un susurro.

Ella mide mi cintura de nuevo. Anota en su cuaderno y después pasa a la siguiente chica.

Ahora sé que ya puedo irme a casa. Fue el día más agotador de todos. Quiero estar en la empresa, en la Universidad, la pastelería y los ensayos, quiero estar en todos lados para saber qué siempre tendré algo en que preocuparme, quiero estar ocupada cada minutos del día para no pensar tanto en él, para tratar de no ponerme a llorar como una estúpida cada vez que veo nuestras fotos de Barcelona. Nuestras tres únicas fotos.

Tengo mucho que hacer, no me dan los tiempos, ni el cuerpo, ni las ganas, pero quiero hacerlo para decirme a mí misma que puedo hacer todo bien.

Llego a casa, estaciono el coche y bajo con prisa. Mi bolso parece hacerse cada vez más pesado al paso de los días. Tengo trabajos que hacer, exámenes para los que estudiar y mi cerebro no quiere recibir más de una información nueva. Sólo tengo eso atorado en la cabeza. Max, Max, Max, Max.

—¡Al fin llegas, cielo! —exclama mamá desde el sillón de la sala. Papá y ella están abrazados, viendo la televisión.

—Hola —digo sin ánimos.

Dejo caer mi bolso al suelo y camino hasta la cocina.

Abro el refrigerador, me vacío dos botellas de agua y cuando veo el sándwich que Simón preparó para mí, sólo lo ignoro. No tengo hambre. Quiero dormir un par de horas antes de la presentación. Hoy es viernes, tengo que estar en Le Grand y francamente no sé si quiero hacerlo.

Falte las últimas dos presentaciones y sé qué todo el mundo quiere matarme.

Termino de darme un baño. Me acuesto en la cama y cuando cierro los ojos escucho como golpean la puerta de mi habitación.

Tengo deseos de llorar de frustración. Mi vida parece un completo desastre y aunque sé que me estoy exigiendo demasiado siento que es la única manera en la que podré dormir ese maldito dolor que tengo.

 KYA - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora