Capítulo 11

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Llegamos a la empresa, nos adentramos en el ascensor y papá besa mi frente un par de veces. Las puertas se abren y ahora los dos somos profesionales. Vamos avanzando por el pasillo mientras que papá es invadido de gente que le pregunta cosas y me entregan papeles mientras que me presenta a todos. Es una locura.

Llegamos hasta la puerta de su oficina y él me detiene al lado del escritorio de su secretaria.

—Princesa, ella es Amanda, ya la conoces. Te explicará todo lo que tienes que hacer.

—Buenos días, señorita Eggers —responde con simpatía.

—Ya lo sabes, Amanda. Trata de que cumpla con todas las obligaciones y regáñala si es necesario —Papá me guiña un ojo—. Estaré en mi oficina.

Besa mi pelo y después se encierra en su despacho. Yo miro a Amanda y espero instrucciones. Ella señala los papeles que llevo en manos y sonríe.

—Tienes que sacarles copias a todos esos papeles que te han entregado, luego buscas las cifras marcadas en la hoja y las comparas con las de los archivos de la computadora para ver que sean los mismos.

—De acuerdo —digo, viendo la laptop encima del escritorio.

—Debes de tener cuidado. Un simple número puede hacer que tu padre pierda millones.

—Bien, no hay presión en eso —susurro.

—Yo iré a la sala de juntas para terminar de traducir todo esto —me informa, señalando una gran pila de papeles—. Cuando acabes con eso, dirígete al despacho de Alex y haz lo que él te pida.

—Bien.

Ella se marcha y me deja su lugar. Veo cientos de notas encima de su escritorio y trato de no desacomodar nada. Tomo los papeles que ella me dio y comienzo a abrir los archivos de balances para hacer las comparaciones. Agradezco a mi padre toda la buena educación que ha pagado para mí. Si no fuera por esa profesora cruel de informática avanzada no tendría idea de qué demonios hacer.

Una hora después acabo con todo, sonrío por haberlo hecho a la perfección y llevo los papeles al despacho de papá.

Golpeo antes de entrar. Al oír su voz, avanzo. Él me sonríe con orgullo y yo dejo los papeles encima de su escritorio.

—Acabé con eso. Fue fácil —Él los toma entre manos y mira la primer hoja.

—Estos no van aquí, cielo —me dice dulcemente—. Todos los papeles que tengan esta clase de números subrayados deben de pasar por contabilidad. Los sellaran para comprobar que son cifras aceptables y luego vienen hacia mí para que yo los apruebe —me explica. Esto es vergonzoso. Siento como mis mejillas se ponen rojas.

—Lo siento, no lo sabía—me disculpo. Papá me entrega los papeles de nuevo y sonríe divertido. Está disfrutando de esto y no es gracioso.

—Esto, a contabilidad.

—Entendido.

Salgo de su despacho y trato de caminar lo más derecha posible, pero lo cierto es que los tacones me duelen muchísimo y me tambaleo de vez en cuando. Le pregunto a una de las chicas en donde queda contabilidad y ella me informa que debo de bajar hasta el piso seis. Me meto en el ascensor y soy la única chica en medio de señores vestidos de traje y malas caras.

Llego al bendito piso seis y me sonrojo porque veo a muchos hombres sentados en sus cubículos, ya sea hablando por teléfono y tecleando es sus computadoras. La mayoría se voltea a admirarme y me hacen sentir incómoda. Agacho mi cabeza y solo miro el suelo mientras que aprieto los papeles que tengo entre manos. Choco con alguien y pierdo el equilibrio. Me tambaleo, pero el sujeto logra tomarme de la cintura y me detiene justo a tiempo.

 KYA - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora