Capítulo 22

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Termino de ponerme mi camiseta de algodón, coloco mi bolso sobre mi hombro y abro la puerta del estudio. Es un lugar hermoso. Me encanta, pero ya no quiero ese regalo de Max. Ya no quiero nada de él. Tal vez, si lo hablo con Simon, él me ayude a pagar por este lugar al menos unas dos veces en la semana. Ya no necesitamos un coche, tendremos más dinero ahora.

Lo cierto es que odio a Maxwell. Odio decirle lo que siento y odio ser rechazada en todos los intentos. Me confunde como nunca nadie lo ha hecho.

—¿Cómo estuvo, te gustó el lugar? —me pregunta la rubia de recepción.

—Sí, estuvo bien —digo, no muy convencida.

—Bueno. Te comentaré lo que estuve pensando para ti. Hay muchas clases a las que te puedes anotar, y si quieres...

—Eh. No... No creo que este sea un lugar para mí. He cambiado de opinión. No...

Balbuceo una vez más porque siento que le debo a esta chica una explicación, pero nada de me ocurre.

—Déjanos solos, Ashley.

Abro mis ojos de par en par y cuando lo noto, Max está ahí, al otro lado del mostrador de la recepción, trae ropa deportiva y me mira de una manera implacable.

Trato de entender que sucede, pero no, no entiendo nada.

—Seguro, Max —responde la rubia y luego se va.

Parpadeo un par de veces y noto como él mira la pantalla de la computadora.

—¿Cuál es tu necesidad exactamente? —me pregunta sin mirarme. Frunzo el ceño y ante mi silencio él me mira.

—¿Trabajas aquí? ¿Qué es lo que sucede realmente?

—Sí, trabajo aquí.

—¿Solo eso piensas decirme?

—Sobre lo que hago, sí. Ahora dime, ¿qué tienes en mente?

Suelto un suspiro y acomodo mi cabello.

—Tenía miles de cosas en mente por hacer hasta que supe que vienes aquí. Y ahora qué sé que trabajas aquí, no sé qué es peor.

—Bien.

Suelto otro bufido ante su tranquilidad y miro los letreros en la pared para decirle algo y no quedar como una idiota.

—Quiero... quiero hacer alguna cosa para estar más en forma.

Él se ríe por lo bajo y me mira.

—Estás en forma —afirma, observándome lentamente—. Demasiado en forma, eres bailarina

—me cruzo de brazos y me acerco un poco más al mostrador. Le diré lo que sucede porque necesito saber qué piensa.

—Necesito bajar unos cinco kilos por causa del ballet, Max... Esto no es un capricho.

Hay un silencio que nos incómoda a ambos, la gente entra y sale del lugar y nosotros sólo nos miramos.

Max sabe que si se trata del ballet es cosa seria. Jamás me diría nada con respecto a eso.

—Hagas lo que hagas, no te inscribas para hacer aparatos.

—¿Por qué?

—Porque no —responde secamente.

—Pero...

—No quiero a todos esos idiotas babosos viéndote, ¿comprendes?

Una sonrisa se forma en mis labios, quiero decir algo, pero antes de que me pueda sentir feliz por creer que él está celoso, Max arruina todo.

 KYA - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora