Capítulo 37

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Compras, restaurantes preciosos, sol, calor, mucho verde y un cielo azul... ¡Barcelona! Aún no puedo creerlo. Ya pasé mis dos primeros días aquí y fue perfecto. No recordé a Londres, no pensé en los problemas, en el Ballet, el baile clandestino, la pastelería... Nada. Me siento otra persona completamente nueva. Renovada.

El viernes llegué a Barcelona y estuve recorriendo algunos puntos de la ciudad en familia, fuimos todos juntos. El sábado por la noche las gemelas me invitaron a una fiesta de universitarios y fue... ¡Fue una locura! Jamás había bailado tanto en toda mi vida. A mitad de la noche había perdido mis tacones en el césped del jardín y bailaba descalza en la pista porque no soportaba el dolor de pies. Bebí algunos cócteles deliciosos, pero supe controlarme y llegué en mejor estado que Liz y Luz a la villa.

Mamá y papá no me han molestado en estos dos días, sólo hablamos antes de que yo me vaya a la cama. Me dan el beso de las buenas noches y eso es todo, y para ser franca, se siente genial. Aquí soy libre, no tengo nada en la cabeza, sólo es... vivir.

El domingo las gemelas y yo dormimos hasta medio día y nos levantamos para el almuerzo, después tío Lucas nos llevó al muelle, estuvimos ahí toda la tarde, tomamos y comimos alguna que otra cosa, nos tomamos fotos y hablamos sobre todo tipo de cosas. Corrimos a Marco unas tres cuadras sólo para hacerle cosquillas y me caí sobre la acera de una elegante cafetería en donde todo el mundo me vio y mi rodilla sangró un poco, pero debí admitir que se sintió increíble. Me sentí como una niña de nuevo.

Hoy es lunes, me dormí a las cuatro de la mañana por culpa de Luz y sus anécdotas con sus tres pretendientes diferentes. Y tía Sam nos vino a despertar para el desayuno.

—¿Cómo dormiste, guapa? —pregunta mi tío tomando un poco de jugo. Apenas son las nueve, pero hace calor y hay un sol deslumbrante.

—Genial.

—¿Hablaste con tus padres, cierto?

—Claro, tía Sam. Mamá llamó ayer antes de medianoche. Todos están bien, pero papá es el que sigue paranoico.

Tío Lucas hace un vago gesto con la mano y pone los ojos en blanco.

—No le hagas caso a tu padre. Disfruta —me dice mirándome fijamente. Es como nuestra charla secreta. Ambos sabemos a lo que él se refiere y yo solo sonrío porque de verdad quiero hacerlo, pero aún no funciona.

En la fiesta del sábado bebí un poco, quería seguir haciéndolo para ver qué se sentía, pero admito que recordé a papá y me sentí culpable, no pude seguir. Un chico guapísimo trató de besarme después de una canción y lo alejé porque creí que era una locura, y no era una locura, era algo natural. Lo peor de todo es que quería besarlo, pero la culpa y papá estaban ahí de nuevo. Creo que ahora se a lo que el tío Lucas se refiere en realidad y quiero cambiar eso.

—¿Cuándo llegará la sorpresa, papá? —pregunta Luz con una malvada sonrisa en su rostro. Todos en la mesa la miran de mala manera y tía Sam niega levemente con la cabeza.

—Cállate, Luz —murmura Liz.

—Esto no está bien, Lucas... —interviene tía Sam revolviendo algunas frutas de su plato.

—¡Joder, Sam! ¡Claro que sí, lo necesita! —grita Luz tocando mi hombro.

Miro a mi tío y dejo de comer. ¿Qué sucede?

—¿De qué hablan? —pregunto viendo a mi tío, él niega levemente con la cabeza y su rostro se vuelve más serio de lo normal.

—De una sorpresa.

—¿Una sorpresa? —pregunto con notable confusión.

—Sí, para el almuerzo —agrega Luz emocionada.

 KYA - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora