Capítulo 26

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Max toma mis pies y los coloca sobre sus piernas. Me quita las zapatillas negras y las arroja al suelo.

—Kya... —dice al ver las uñas de mis pies.

—Es normal —susurro rápidamente, y eso que no vio esos pies después de un día entero de ensayo—. A veces sangran un poco y hay algo de dolor. Es parte de todo esto.

Max vuelve a mirar algunas heridas y raspones en mi piel, pero se congela al ver mis meñiques.

—Perdí las uñas hace unos cuantos años. Antes volvían a crecer, pero ahora ya no.

—Nunca lo hubiese imaginado.

—No todo es perfección en el Ballet. Esto es malo siempre, es una mezcla de muchas cosas.

—Siempre creí que eras increíble. Tus presentaciones siempre fueron...

Quiero que termine de hablarme, de decirme esas cosas que tanto amo escuchar, pero él mueve su mano lentamente por mi empeine y comienza a subir por mi pierna, muy despacio, son caricias dulces y suaves que hacen que cierre los ojos, caricias que se detienen en mis rodillas.

—¿Cómo tengo que hacerlo? —pregunta mirándome. Tomo las zapatillas de bailarina y las coloco en mis pies. Él mira cada movimiento, cada detalle, y se ve fascinado.

—Ahora debo aferrar bien las cintas a mis tobillos y ajustarlo bien, tienen que estar perfectas.

Max toma las cintas de mi zapatilla derecha y comienza a envolver mi tobillo, lo hace lento, con calma... Realiza la misma acción con la segunda y yo ato las extremidades para asegurarme que están como lo necesito.

—No hay música —recuerdo cuando vuelvo a la realidad. Él aparta mis piernas de su regazo, se pone de pie y en unos segundos trae su celular entre manos. Me lo entrega y abro los ojos de par en par porque no puedo creer que tenga su celular entre manos.

—Busca lo que necesites. Haré que la canción suene en el sistema de sonido de ahí —me señala la televisión enorme frente a nosotros.

—De acuerdo...

Busco en internet alguna canción de relajación para poder entrar en calor y después agrego a la siguiente reproducción una de mis canciones favoritas de ballet.

—Toma.

Le entrego el teléfono y me sonrojo al sentir que tengo que confesar lo que hice una vez

—¿Recuerdas que una vez extraviaste tu teléfono en mi casa?

Él frunce el ceño como si quisiera recordar, después me mira y yo me vuelvo a sentir como una niña.

—Sí, lo encontré en el jardín...

—Esa día Simon y yo robamos tu teléfono de la sala de juegos...

Ahora si me siento más niña aún, y noto que él no sabe si reír o molestarse.

—¡Tenía quince año! ¡Quería ver que tenías en tu teléfono!

Max comienza a reír, es una risa hermosa, natural, real... Es perfecta.

—¡No te rías! —me quejo— Lo tiré en el jardín porque sabía que habías estado con Alex ahí en la mañana.

—¿Qué viste? —cuestiona sin quitar esa sonrisa.

—Hablabas con muchas chicas...

—Hablo con muchas chicas, Kya. Es algo que sigo haciendo.

 KYA - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora