Capítulo 1.

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Suspiro agotada cuando al fin salgo del avión y mi cuerpo resiente las horas de vuelo, lo cierto es que me encanta esto de ser la chica universitaria, que ha dejado su pequeño pueblo en busca de sus sueños, pero, lo que no me gusta mucho, es volar. Cada vez que entro a un avión, siento que podría morir en cualquier momento y mis nervios terminan arruinando un placentero viaje por los cielos en el que podría recuperar todas las horas de sueño que usualmente no duermo desde que sé que en sólo dos meses y medio empezaré mi último año de la especialidad en Economía.

Recuerdo que mis padres me encontraban más virtudes para ser una linda maestra, encerrada en el pueblo del que nunca, ningún familiar, había salido. Yo puse mis ojos muy alto y no descansé hasta conseguirlo. Así que sí, soy la chica de pueblo que se fue a la gran ciudad a buscar su destino. Debo reconocer que a veces y sólo a veces extraño vivir en Greensboro, Alabama; la brisa fresca por las mañanas, los campos verdes y extensos, la calma, el aire puro, el hecho de que hay menos de tres mil personas habitando el lugar y que toda y cada persona de mi linaje vive aquí. Digo lo de linaje por sonar importante, lo cierto es que somos bastante sencillos.

Mientras espero que mi equipaje aparezca en la banda de equipajes, no puedo dejar de pensar en que, por más que mis padres deseen que regrese a vivir aquí en cuanto termine mis estudios, yo tengo grandes planes para mí y para mi futuro. Detengo mis pensamientos al ver pasar mi enorme maleta frente a mí. Tengo que dejar de empacar tanto o me terminaré arruinando la espalda. Vuelvo a suspirar al recordar que he dejado mi teléfono dentro del avión. ¡Demonios! Camino cansada en busca de alguien que pueda resolver mi problema y pasa lo que me temía, el teléfono ha desaparecido. Perfecto, qué mejor forma de empezar tus vacaciones de verano que sin móvil.

Al menos cuando veo a mis padres fuera del aeropuerto con sus enormes sonrisas y sus brazos extendidos, recupero el buen humor y recuerdo que lo quiera o no, estoy de nuevo en casa. Mamá me abraza más de lo debido y empieza a quejarse de todo; de mi bronceado y que mi cabello rubio ahora es más castaño. Agrega que he bajado de peso y que las ojeras debajo de mis ojos son evidentes.

—Ya basta, mujer. Vas a hacer que se regrese en el primer avión. Bastante trabajo nos lleva que venga a ver a sus viejos de vez en cuando —dice mi padre, acomodando el extraño sombrero que lleva puesto.

—Lo siento, Emi, te hemos echado de menos, cariño.

—Lo sé, sé que soy la peor hija del mundo.

—No digas eso, sólo estás cumpliendo tus sueños. —Mi padre se ha tomado con calma todas mis decisiones, mamá no tanto, aunque finge que lo hace, sé que, en su interior, sigue deseando que me dedique a dar clases en una de las pocas escuelas del pueblo.

—¿Qué hay de Andrés?

Mamá ha decidido darme justo en la cara. Andrés era el chico con el que había perdido el tiempo durante tres largos años y me había engañado con mi compañera de cuarto en la universidad. ¡Lindo! La buena noticia es que, en vez de deprimirme, me he sentido liberada. Por supuesto que estar con alguien durante tres años te hace sentir cierto cariño hacia esa persona, aunque a veces, los seres humanos confundimos amor con comodidad. Y yo, no estaba enamorada de Andrés, amaba la comodidad que me ofrecía, no a la persona que la proporcionaba.

—Andrés y yo hemos terminado.

—¡Pero si tenían tres años, Emily!

—Mamá, se ha terminado. Andrés y yo sólo estábamos juntos por comodidad. Su familia me quería y ustedes lo querían a él.

—¿Te hizo daño? —pregunta papá mirándome por el retrovisor.

—No, no se preocupen. Estoy bien, saben que las relaciones amorosas no son lo mío. Creí que con Andrés sería diferente pero no lo fue. Fin de la historia.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora