Capítulo 23.

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La intensidad de lo que acaba de pasar en mi habitación va más allá de lo conocido y lo extraordinario, no porque las caricias de John me vuelvan poco razonable, no porque con una sola de sus miradas pierdo la cordura, no porque su cercanía me hace despegar de este mundo conocido a uno lejano, lleno de él, lleno de mí, ya no por separado, sino, como un todo, un nosotros, no porque con todos y cada uno de sus besos, prefiera quedarme totalmente sin oxígeno en mis pulmones —si eso me permite no despegarme de sus labios—, no porque con sus palabras, su forma de actuar ante mí o por la exactitud de sus movimientos me convierta en fuego puro, ardiente y estremecedor. No, todo eso me hacía estar loca por él de tantas formas diferentes, pero eso no es lo que se ha consumado en mi pequeña cama, dentro de estas cuatro paredes, ahora de color decente. Nos hemos entregado el alma, y eso, no se puede comparar con nada.

Cada vez que sus dedos han rozado mi piel expuesta, he sentido que ha traspasado todo, cada capa de piel, cada músculo, todos mis huesos, mis venas e incluso todo aquello que ni siquiera sé que forma parte de mi cuerpo. Bien dicen que no hay momento más íntimo, espontaneo, placentero, y en ocasiones, vergonzoso que dos personas fundiéndose en uno solo. Nos dejamos llevar, no hay pensamientos cruzando por tu mente, solo la necesidad, las ansias, la falta de control, incluso de los sonidos provenientes de tu interior, de esa capa perlada de sudor que cubre tu cuerpo, de tu rostro, de tus ojos que se cierran sin siquiera percatarlo, y quieres más y más y más hasta agotar tus fuerzas, tu pasión.

Sin embargo, hoy hemos sido más que eso, más que dos urgidos, más que deseo y carne, más que la propagación de perversidad. Hoy nos hemos dado todo y aunque la idea me aterra, eso, la forma en la que nos hemos conectado, la manera en la que sus pensamientos se han mezclado con los míos aún sin existir, la estratégica vía en la que nuestro interior se ha unido mientras nuestro exterior se desataba en lujuria, me ha parecido mágico. Es aún más íntimo que nuestros cuerpos desnudos, uno encima del otro.

John y yo hemos cruzado no solo la línea que habíamos marcado en un inicio, hemos roto una barrera enorme y desproporcional que sin razón alguna yo había creado, nada me impedía amar, pero no había conocido al indicado, a alguien perfectamente imperfecto, a alguien que sin conocerlo del todo o por completo, tomó mi mano desde que me dijo que era una rubia tonta y me ha traído dando pasos agigantados, brincos a tal distancia como si se tratara de súper poderes, alguien que ha roto fronteras, y le ha demostrado al tiempo que cuando de amor se trata, a veces, basta un segundo para cambiarlo todo.

Y toda esa revelación abrumadora y poco adecuada alrededor de todo lo que ha estado pasando en los últimos días, en las últimas horas, y, por supuesto, lo que pasará en un par de semanas; me hace pensar en su conversación con su madre, ¿se ha marchado de verdad?

—John... —inicio—. Tengo que ir al almuerzo. —No estoy pidiéndole permiso, en realidad no he sabido cómo preguntar por su encuentro con Rocío sin sonar curiosa más allá de preocupada.

—¿Puedes faltar? —me mira esperanzado—. Me he puesto celoso, lo admito, y esa no debería ser mi postura, es que... la idea de que pronto ya no estarás aquí está iniciando a torturarme, quisiera que el tiempo se detuviera o que todo lo demás dejara de existir, que fuéramos tú y yo, más nada.

—Mírame a los ojos y dime que esas bonitas palabras no son un truco para que no me reúna con Jeff.

—Emily, solo quiero estar contigo. Sé que entré sin avisar y que escuché una conversación que no debía, que tienes derecho a hablar con quien tú quieras y a comer con quien tú desees. Pero, si comes con Jeff yo pasaré una hora o quizás dos en mi oficina haciendo ejercicios de respiración que no funcionarán y sé que todo esto de los celos son inseguridades, mías por supuesto, aunque, dime; ¿quién no siente alguna vez inseguridad de perder lo que jamás pensaste tener y en el peor momento de tu vida, aparece sin más? Como si se tratara de un milagro incluso.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora