Capítulo 35.

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Muy pocas veces en mi vida me he sentido como hoy, supongo que cuando leí aquella carta de John en donde me decía todo el horror que habían vivido con sus supuestos padres se acerca muchísimo a este día, pero no se compara. En aquella ocasión me sentía destrozada, pues el chico de quien me había enamorado se había marchado, aunque conservaba la esperanza, la cual murió tiempo después. Sin embargo, John había reaparecido trayendo consigo mi alma perdida, mi ilusión y por supuesto nuestro amor.

Me bastaron cinco segundos para darme cuenta de todo lo que aún sentía por él, todo lo que representaba, todo lo que significaba para mí en mi pasado y mi presente. Hui al pueblo en busca de una solución, lloriqueando porque lo amaba como una loca y quería conservar orgullo por todo ese año que lo esperé. Jamás creí que al volver al pueblo una desgracia mayor me asecharía.

Hoy es la boda de mis mejores amigos e inevitablemente me siento más sensible que nunca; mirar todos estos arreglos, el vestido de Clark, la emoción en sus ojos, me recuerdan que soy un sin fin de tristeza. Estamos viviendo una locura total porque la mujer que habían contratado para hacerse cargo de todo lo referente al arreglo de la iglesia y la recepción, dijo esta mañana que el dueño de plantíos de girasoles que se había comprometido a entregarlos frescos y en buen estado para los centros de mesa, ha dicho que alguien más compró los plantíos enteros. Así que el estilo rustico que mis amigos junto con su organizadora habían planeado para la boda, se verá empañado por rosas blancas y al menos ese problema me tiene distraída.

Honestamente agradezco a la persona que compró no solo los girasoles de la fiesta, sino el plantío entero. Mirar girasoles me terminaría de matar. Después de todo, solo han pasado un par de días desde que entendí que le había arruinado por completo la vida a Leonel, he llorado lo suficiente como para resolver la sequía mundial. He llorado lo suficiente como para ganar un concurso de lágrimas. No puedo con la culpa, cada día empeora, cada minuto que pasa una voz en mi interior me recuerda que la situación de Leonel es irreparable, que pasará el resto de su vida mirando cómo, la vida misma pasa frente a él como si se tratara de una estatua.

Me he cansado de escuchar a mis amigos, a papá, sorpresivamente a mamá e incluso a Shawn, decir que no es mi culpa y que debería ir al hospital, que debería buscar a John, que he sido una cobarde. Esa última palabra me la ha dicho Shawn hace cinco minutos. Clark y Michael habían decidido posponer la boda una semana más, así que el día siguiente después de terminar para siempre con John, volví a Nueva York, no podía darme el lujo de faltar dos semanas al trabajo, y así he podido volver este fin de semana en donde finalmente mis amigos se casarán.

Sé que justo ahora podría ser la persona más odiada del jodido país. ¿Cómo he sido capaz de dejar a John cuando más me necesitaba? ¿Cómo me he podido ir del pueblo sin recitar unas palabras de disculpas inservibles a Leo? No es sencillo de explicar, tampoco de asimilar. No soy feliz, no vivo en paz, probablemente algún día lo consiga, pero ahora; ahora siento que muero lentamente cada día, cada vez que abro mis ojos y puedo levantarme de mi cama, pienso en Leo, cada vez que hablo o hago cosas sencillas como lavarme los dientes, alisar mi cabello, llevar la comida a mi boca, pienso en él. Para él también sería un suplicio mirarme con John, felices por la vida, mientras a él lo consume el tiempo en una silla. Isaac, por otro lado, me odia a niveles desproporcionales.

Además, todos ignoraban que antes de irme a la ciudad, fui al hospital, no había dormido nada aquella terrible noche. Llegué hasta el aparcamiento y pensé mucho en si debía entrar o no. Creí que lo mejor era llamar a John y pedirle que saliera, así podríamos hablar a solas. Siendo honesta, iba dispuesta a pedirle perdón tal y como todos querían. Pero las cosas no salieron tan bien. Isaac estaba en la entrada principal fumando un cigarrillo, en cuanto me miró se acercó a mí. Por un momento pensé que me golpearía, pues había tirado el cigarro con rabia al suelo y caminaba con sus puños presionados.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora