Capítulo 29.

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El universo ha conspirado a mi favor, mis noches oscuras se han vuelto más brillantes que el mismo sol.

Has inundado mi interior, eres lluvia cuando me quemo, fuego cuando me extingo y lo que creía perdido lo has convertido en amor.

Y es que lo eres todo, y no basta con decirlo, no basta con sentirlo, pues eres mi paz en medio de un ciclón.

Ya no sé ni quién soy, a qué he venido ni a dónde voy, mi camino son tus pasos, mi oxígeno tu presencia, y mi hogar no es otro lugar más que tus brazos.

He escuchado que el amor nos vuelve locos, ciegos y testarudos, entonces, qué bien se siente enloquecer, no ver y verlo todo al mismo tiempo y encapricharme contigo hasta el final de los siglos.

Me he enamorado como un niño pequeño que se enamora del simple hecho, de poder brincar por cualquier lugar sin ser detenido, pues así es como me he sentido desde que te tengo... libre.

~~~


Despierto con la alarma de mi teléfono y he estado a nada de estrellarlo contra la pared. No debí beber como lo hice ayer, no pensé en las consecuencias de lo que hacía, solo pensaba en celebrar mi nombramiento como Gerente del área de finanzas y contabilidad, pero lo he hecho del modo inadecuado. Me levanto de la cama con sumo cuidado y me doy cuenta del peor error de todos, Shawn Dickinson está en el otro lado de la cama, trato de recordar por todos los medios posibles cómo él está ahí. Nos habíamos hecho muy buenos amigos desde que nos conocimos en México, el último país al que había ido antes de que mis superiores nos pidieran a Shawn y a mí que volviéramos. Los socios de la empresa habían hecho cambios gigantescos y así, como si me estuvieran ofreciendo algo para beber, me ofrecieron semejante puesto. Resultó que Shawn era mi supervisor y al parecer le había impresionado mi forma de dirigir al equipo de trabajo en México.

Observo su espalda desnuda y recuerdo lo guapo que es, su cabello casi nulo le daba un aspecto rudo, con sus facciones simétricas y esos ojazos negros. Es bastante musculoso y me hacía reír todo el tiempo, apenas salimos de la central de S.T y propuso embriagarnos para celebrar mi nombramiento, ya tengo veintiuno, había terminado mi carrera universitaria hace muy pocos meses y accedí porque después de mi tormentoso verano el año pasado, no salía mucho y me había dedicado en cuerpo, mente y alma a mi trabajo.

Después de lo ocurrido el último día que miré a John Carter, decidí hablar con mis padres. Mamá tuvo un ataque de pánico al imaginar a su única hija secuestrada por unos desgraciados, el ataque fue tan devastador que pasó internada en la clínica del pueblo dos días. Mi padre por otro lado me había pedido que le mostrara la carta de John y después de leerla varias veces igual que yo, se acercó a mí, me dio un abrazo y mientras algunas lágrimas salían de mis ojos, me dijo lo que jamás pensé, diría un padre en circunstancias iguales.

—¿Entiendes que lo hizo por sus hermanos, cierto? —me preguntó.

—Lo entiendo, pero ahora no sé dónde está ni qué estará pasando. ¿Cómo le dices todo esto a alguien en una jodida carta, papá? —contesté molesta.

—No lo sé hija, no lo sé —admitió.

Intenté como nunca convencerlos de dejar el pueblo, les aseguré que con mi paga no tendrían que volver a trabajar en sus vidas y que ya era hora de que yo me hiciera cargo de ellos, pero mis padres son dos tercos irremediables. No hubo fuerza humana ni divina que los hiciera cambiar de parecer. Al contrario, me pidieron, más bien, me suplicaron que no me marchara del pueblo. Era obvio todo el miedo que se había instalado en nuestras vidas. Desde aquel día no me sentía segura en ningún lado, pero, mi vida no se podía detener y sabía que, si me quedaba en Greensboro otra temporada, terminaría tirándome al vacío en mi lugar favorito, así de herida e inestable estaba.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora