Capítulo 31.

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Mis ojos penetran el punto exacto en donde él se encuentra. Luce tan distinto, se ha cortado el cabello, lo trae peinado todo hacia atrás, no hay signos de barba alguna y me mira con esos ojos color miel, acaramelados con su semblante serio, mayor, ya no hay aquel misterio de antes. Ahora lo rodea el dolor, sí, justo eso. Es dolor lo que veo en él.

No me doy cuenta de que no he respirado todo este tiempo hasta que mi cuerpo actúa solo, mi boca se abre y tomo una bocanada de aire. Me llevo las manos al estómago y aunque trato de reaccionar, de correr hacia él o lejos de él no me muevo en absoluto. Se aparta de la pared en la que estaba recostado y da algunos pasos hacia mí. Sé que parezco una estatua, estática, sin habla.

Mi respiración se altera cuando solo nos separan algunos centímetros, presiono mis labios nerviosa. Sé que dije que, aunque lo he extrañado tanto, al mismo tiempo he estado enojada con él durante todo este largo período en el que me ha dejado sola. Sin embargo, al tenerlo tan cerca, mirándome de la forma en la que lo está haciendo solo me provoca llorar; llorar por sus decisiones, por desaparecer, por abandonarme.

—John —apenas y susurro.

—Hola, Emi —contesta y da otro paso inseguro hacia mí. Sus ojos viajan a todos los puntos de mi rostro, como si me estuviera reconociendo.

—Estás aquí... tú estás aquí —me río un poco irónicamente—. ¿Cómo estás aquí?

—Te dije que te buscaría, te dije que cuando resolviera todo volvería a ti —dice con firmeza, aunque hay cierto titubeo en su voz. Me parece que es muy consciente de que ha pasado mucho tiempo desde que dijo esas palabras.

—Un año, te has tardado un año. Yo creí que... —la voz se me rompe. Esto es muy difícil. No puedo con todo lo que estoy experimentando en mi interior, y es que quiero llorar a mares, abrazarlo, sentirme completa otra vez, y al mismo tiempo quiero pedirle que se marche, golpearlo hasta que me duelan las manos y olvidarme de una vez de él.

—Sé que fue mucho tiempo, pero te juro que todo tiene una explicación. —Intenta tomar mis manos y doy un paso hacia atrás.

—Siempre, todo ha tenido una explicación y tú has preferido ocultarla, aquella carta me destruyó, John. No puedes confesar algo como lo que estaba escrito en aquellas hojas y dejarme sola, con tantas dudas e incertidumbres, odiándote y amándote al mismo tiempo. ¡Dios! —exclamo cuando ya no puedo retener mis lágrimas y visitan mis mejillas. Me llevo las manos al rostro porque no deseo que me vea así, tan afectada por su presencia, tan débil, tan yo. Lo cierto es que después de él ya no quedaba ni una gota de aquella Emily insensible.

—Emily...

—No, no quiero escucharte. Si piensas decirme que te has tardado tanto porque creíste que estaba mejor sin ti, eres un idiota, John. A pesar de todo, te esperé, durante todos estos meses, aunque me negaba y me repetía a mí misma que no lo estaba haciendo, en realidad lo hacía, pero no puedes aparecerte de la nada y pretender que te dé una oportunidad para justificar tu ausencia.

—Escúchame, por favor. Dame cinco minutos, Emily —me pide—. Nada ha cambiado, sigo tan enamorado de ti como hace un año, como en el pueblo. Mi corazón ha palpitado, mis pulmones han proporcionado oxígeno a mi cuerpo, mi cerebro ha funcionado, he caminado, pensado, he dicho palabras, incluso reído, pero sin ti, nada; nada ha tenido sentido, he sido como un robot, deseando como un loco que el tiempo pasara rápido, que las horas se agotaran, no he deseado otra cosa más que volver a ti, tenerte otra vez en mis brazos.

—No hagas esto, no por favor —le suplico, no estoy lista para tener esta conversación.

—Fui un imbécil, ¿de acuerdo? No debí ocultarte nada, no debí confesarlo todo en una carta, no debí dejarte sola. Debí enfrentarlo, no comportarme como un cobarde, pero fue lo que hice y ahora lo único que quiero y por lo que voy a luchar es por recuperarte.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora