Capítulo 10.

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Apenas y soy consciente de la forma en la que finalmente sus labios se juntan con los míos, sólo puedo concentrarme en la habilidad de sus movimientos, el aroma que se cuela en mis fosas nasales y el roce constante de sus manos sobre mi cuerpo, primero en mis caderas, mi cintura y en mis pechos. Sus brazos me rodean como si no quisiera que nadie, ni siquiera el aire, se tomara la libertad de tocarme y eso hace que me estremezca a tal punto que tiro un poco de su cabello enredado entre mis dedos.

El hormigueo en mis manos se convierte en necesidad de palpar su piel, en sentir cada parte definida, en recorrer al ser humano que me está haciendo perder el control, la razón y mis ideas claras y precisas. ¿Qué tanto puede alterarte un beso? No ha tocado ninguna parte realmente íntima y estoy derritiéndome poco a poco, como si besar fuera su especialidad.

Damos pasos torpes y pausados hasta que caigo sobre la cama y John cae con cuidado sobre mí. No quiero parecer desesperada. Se separa de mis labios únicamente para besar el resto de mi piel a su alcance, coge mis manos, las entrelaza con las suyas y las presiona sobre el colchón. Sus besos siguen bajando hasta llegar al pequeño escote que tiene mi camisa y logra besar el inicio de mis pechos, lo que hace que mi espalda se arquee unos centímetros. Decide subir una vez más y dejar un beso lento, pausado e incluso tierno sobre mis labios. Es algo tan sutil y a la vez tan placentero, la calma de nuestros movimientos me excita más de lo que ha hecho antes.

Poco a poco suelta mis manos y con la misma calma con la que me besa, acaricio sus mejillas de una forma tan familiar, como si ya lo hubiese hecho antes, como si mi piel y su piel estuvieran conectadas de una manera sobrenatural. De pronto el placer se mezcla con algo desconcertante en mi pecho, algo parecido a la felicidad. Es más que eso, tanto, que me aparto sin previo aviso y lo miro fijamente, la sensación sigue ahí y él no hace nada... me mira, me observa, me desnuda con esos ojos color miel profundos, misteriosos, avasalladores y finalmente me sonríe.

No es cualquier sonrisa, no es una sonrisa coqueta, no muestra superioridad al darse cuenta de que quizás me ha hechizado en tiempo récord y que, si ahora mismo intenta llevar esto más lejos, lo lograría en cuestión de segundos. Con mis pulgares me animo a recorrer su rostro y puedo percatarme, gracias a la poca luz que entra por la ventana, que cierra sus ojos. Delineo sus cejas pobladas lo necesario y apenas paso mis dedos por sus ojos, sólo para comprobar que en efecto están cerrados, sigo con su nariz, su quijada, sus pómulos y termino en esos labios que me gustan tanto. Deposita un casto beso sobre mis dedos curiosos y mi respiración sale entrecortada. Me alejo lo necesario para que se dé cuenta de que he terminado con mi exploración.

Entonces abre sus ojos y niega con su cabeza sorprendido, ¿habrá sentido lo mismo que yo? Esa conexión inexplicable, la rareza del momento.

—No sé qué me pasa contigo.

—Yo tampoco sé qué me ocurre contigo —confieso.

No temo decirlo porque realmente no sé qué me sucede. Sé perfectamente qué es lo que John y yo tenemos, pero, me parece casi ridícula la forma que me hace sentir.

—Eres preciosa, Emily —lo escucho decir mientras esconde su rostro en mi cuello.

Cierro mis ojos y paso mis dedos por su espalda. Algo ha cambiado de la nada, al principio éramos deseo y ahora lo seguimos siendo con algo más que continúo sin reconocer. Disfrutamos de la simple cercanía de nuestros cuerpos sin necesidad de dar el siguiente paso.

—Emi, hija —la voz de mi madre me hace empujar con toda mi fuerza a John. Pensé que ya se había acostado.

—¿Qué pasa mamá?

—Sé que vas a enfadarte, pero me pareció oír la voz de un hombre, tu padre dice que estoy loca.

—Lo estás, ya estaba dormida mamá. Buenas noches.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora