Me quedo en el pasillo varios segundos, no sé si entrar de una vez al cuarto o quedarme en la sala para evitar que John tenga más preocupaciones. Estoy a nada de escoger la segunda opción y el mismo John me llama. Giro hacia un lado y hacia otro como si mi cerebro no diera las órdenes correctas, como si mi mente estuviera nublada por la impresión al descubrir el verdadero nombre de Leonel.
Sacudo con fuerza mi cabeza y entro al pequeño espacio en donde está un adolescente en estado crítico. John me mira desesperado, tiene atrapadas las manos de Leo para que no pueda hacerse más daño y mi corazón es un tambor gigante en manos de un niño malcriado que lo golpea cada vez con más fuerza.
—¿Sabes en dónde está el hospital?
—Por supuesto —susurro.
—¿Puedes llamar a Isaac? No quiero soltar sus manos y preferiría si no me ayudas a llevarlo al auto, tiende a ponerse agresivo.
—Claro —contesto.
John intenta sonreír para trasmitirme calma, no lo logra y aunque lo hubiera logrado con éxito, yo no estaría más calmada. Cojo mi teléfono y llamo a Isaac lo más rápido que puedo. Me tiemblan un poco los dedos, y tartamudeo al querer explicar rápidamente lo que ocurre. Unos minutos más tardes Isaac llega a la casa totalmente desesperado. No se detiene un solo segundo a conversar conmigo, y en estas circunstancias, ¿quién lo haría? Lo sigo más por inercia que por voluntad propia.
Toma el rostro de Leonel entre sus manos e intenta recuperar su atención. John se mira tan afectado, que lo único que quiero es abrazarlo y decirle que todo estará bien, sin embargo, temo que piense que soy una estúpida por estar con sentimentalismos ante una situación tan delicada.
—Leonel, oye, mírame hermano. ¿Qué pasa? ¿Qué te puso así?
—Debemos llevarlo al hospital —dice John.
—No es necesario, se calmará, siempre lo hace.
—¡Mírale las manos! Necesita ayuda.
—Siempre la ha necesitado, siempre la hemos necesitado, pero tú estabas demasiado ocupado con tu vida como para darte cuenta de nuestros problemas —espeta Isaac y John asiente. No, no puede ser tan injusto, con lo poco que sé, John no tenía forma de descubrir nada porque Isaac y Leonel se lo ocultaban.
—Ayúdame a levantarlo —le exige.
—Espera, va a calmarse.
Yo no creo que Leonel pueda calmarse, cada vez está más pálido, horrorizado. No soy psicóloga ni doctora, pero necesita un calmante. A pesar de la tensión que se respira, mi instinto me grita que haga algo. Leo está mal y sus hermanos no dejan de discutir. Contra todo pronóstico doy pasos insegura y me arrodillo en medio de John e Isaac, este último me mira como si deseara matarme y John me pide que me aparte, insiste en que Leonel podría ser agresivo.
—Ni siquiera debería estar aquí, está estorbando, ¿ahora eres estúpido? —susurra Isaac dirigiéndose a John. Quiero decirle que el único estúpido es él, no lo hago. Ahora importa Leo.
—Leo —digo y sus ojos claros se enfocan en mí—, no tengas miedo. ¿Recuerdas lo que te dije por la mañana? Eres libre ahora, tienes una vida normal ahora, todos vamos a ayudarte. Solo queremos ayudarte, cariño. ¿Me dejas ayudarte? —Estoy tratando de imitar a mamá. Cuando tenía ocho años me daba miedo la oscuridad, y supongo que tener una hija que grita cada vez que apagas la luz de su habitación es desesperante. Mamá siempre me decía esas sencillas palabras: No tengas miedo, solo queremos ayudarte, cariño. Eran como palabras mágicas para mí.
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John, la mayor de mis adicciones.
RomanceJohn Carter y sus hermanos han llegado a Greensboro de forma misteriosa, nadie sabe de dónde vienen, si se quedarán por siempre o se marcharán pronto. Son solitarios, raros y todo indica que ocultan un secreto. Los Petterson son una familia pequeña...