Capítulo 24.

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Después de lo ocurrido en el lago he comenzado a experimentar algo que no había experimentado nunca en mi vida: "ansiedad", tengo ataques de ansiedad todo el tiempo. El primer mes se ha terminado y el tiempo no se detiene, el cumpleaños de Clark fue hace dos semanas, pero a Michael se le ocurrió que, si le hacía creer que por primera vez no le había preparado una fiesta, la sorpresa sería mayor, sobre todo con la propuesta de matrimonio. Así que exactamente me quedan tres semanas más en mi pequeño pueblo, más enamorada que nunca de un chico que probablemente no veré mucho durante el resto del año.

Lo que más me aterra de todo esto es que él me olvide, que en poco tiempo se dé cuenta de que las relaciones a distancia son una completa locura y que entienda que puede conocer a alguien más durante todo ese tiempo, igual que yo podría conocer a alguien más. No quiero ni deseo hacerlo, no hay nada ni nadie que ronde mi cabeza ahora mismo que no sea John Carter.

Me he aprendido su poema de memoria, e incluso lo he convencido de regalarme la hoja en donde lo escribió aquella noche. La tengo en mi mesita de noche y aunque me lo sé de principio a fin, lo leo siempre antes de dormir. ¿Cómo una persona que se mira dura, tosca, gruñona, puede hacer algo tan hermoso como un poema? He concluido que eso hace el amor, nos cambia de tantas formas, nos apasiona, nos inspira, nos agita el alma y agiliza nuestra mente, nos florece, nos hace creer que somos invencibles, que nada es ridículo ni poco probable, nos hace arriesgados, temerarios, impulsivos y nuestra imaginación... vuela, como las almas cuando se encuentran y experimentan libertad. Hay quienes dicen que amar nos esclaviza, pero no lo creo así, creo que amar nos recuerda que no fuimos hechos de piedra, que sentimos, que estamos vivos, que somos capaces de luchar, de soñar, de crear.

A pesar de todo lo bueno que nos rodea, los Carter viven a la espera de que sus padres aparezcan. Hace algunos días Isaac me dejó muy claro que no me odia, pero, que sabe que la única razón por la cual John no quiere marcharse soy yo, lo que me convierte en un obstáculo. Decidí no comentarle nada a John, lo último que necesitan son problemas entre ellos. Leonel, por otro lado, ignora todo y es el único que se mira feliz, hemos continuado con las clases y va muy avanzado, esta última semana ha visitado a la psicóloga del pueblo, no se siente muy cómodo hablando con una completa extraña, John ha tenido que convencerlo de seguir con las citas.

—No puedo creer que Michael haya olvidado mi cumpleaños —me dice Clark. Estamos en el parque, sentadas en una de las tantas bancas, mirando como los niños corren por todos lados.

—¿Acaso no te felicitó?

—Sí, pero... ya sabes. Siempre me hace una fiesta, este año ni siquiera quiso ir a comer a otra parte. Cenamos con mamá en casa, tú estabas ahí.

—No seas tan exigente Clark, te celebra los cumpleaños desde que teníamos quince años. Solo es un año —intento calmarla.

—De acuerdo, dejaré de sentirme mal por no haber tenido una fiesta de cumpleaños. Ahora dime, dónde te has metido todas estas noches, no has tenido tiempo para mí, fue un milagro que llegaras a mi pequeña cena de cumpleaños... No sé para qué pregunto si sé perfectamente con quién te has pasado medio verano —sonríe.

—Lo siento, soy una muy mala amiga. John quiere estar conmigo todo el tiempo.

—Me queda claro, incluso ahora pareces una trabajadora más de tu padre, pasas todo el día ahí —se burla.

—Lo siento, no sé qué me ocurre —admito, porque no lo termino de entender. Pasamos todo el tiempo juntos, lo ayudo en la oficina, almuerzo con él, paso la tarde con él, cenamos en casa o en su casa y por las noches, a veces se queda en mi habitación, arriesgándonos a ser descubiertos nuevamente y otras veces me he escapado de casa para quedarme con él.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora