Capítulo 28.

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            El momento de la verdad ha llegado, lean con calma el capítulo, pues está lleno de información fundamental para que odien o comprendan a John.

~*~

Mis ojos pasan estancados en la ventana el tiempo suficiente para ser considerada una estúpida. ¿Cómo podía irse de esa manera? Mi respiración se altera, mis sentidos también, mis sienes punzan endemoniadas y mis manos tiemblan sosteniendo todos estos sobres. Los miro con recelo, incluso con odio, ¿cree que unas palabras bonitas van a reparar el daño que me ha hecho? Las dejo en la cama, y camino hasta la ventana, la cierro y después de mucho tiempo paso el pestillo, nadie volverá a entrar por ahí.

Todo lo que ha pasado en los últimos días da brincos descontrolados en mi cabeza. Nos habíamos dicho que nos amábamos, nos habíamos entregado más que el cuerpo y el alma en su habitación, nos hicimos promesas, nos reímos creyendo que de verdad ocurriría, que nuestra aventura de amor sería un amor para siempre, pero ¿qué tan ilusa puede ser una persona para creer en esa tontería?

Con el dorso de mi mano limpio mis lágrimas cansadas, como toda yo. Cualquiera podría pensar que mi reacción es de una chica que llevaba años junto a John y no es así, han sido días, semanas, dos meses y por absurdo que se escuche, ha calado profundo, ha desenterrado mi interior con tanta facilidad, me ha abierto ante el dolor y la injusticia, me ha mostrado amor; un amor que ahora nunca sabré si fue cierto o no.

La confusión me invade, ¿hasta qué punto es verdad la versión de Isaac? ¿Hasta qué punto es real el amor de John? ¿Qué es todo eso que no ha podido decir ni siquiera para evitar perderme? Exhausta de lo turbia que me siento, me dejo caer en la cama, debajo de mi cuerpo están todas esas cartas. Cierro los ojos porque muero por leerlas, y al mismo tiempo mi orgullo me grita que no pierda más mi tiempo, que el verano ha terminado, John se ha marchado y con ello, yo tengo que volver a mi realidad, esa en donde soy la chica que se quema las pestañas con los libros, quien se ha ganado un puesto increíble de trabajo y que sueña con mirar su nombre incrustado en la puerta de madera de una oficina gigante.

Me pongo de pie y con mi mano en la quijada medito qué hacer, son muchas. Quisiera saber en qué momento las ha escrito, ¿qué dirán? Un número en la esquina de uno de los sobres llama mi atención, es un cinco, y es cuando me doy cuenta de que están enumeradas y que no son veinte como había pensado al verlas por primera vez. Las tomo entre mis manos y las ordeno según el número que traen todas. Son dieciséis. Son un número alarmante, un tanto sorprendente. Las vuelvo a apretar contra mi pecho y camino hasta la cocina. Me detengo frente al basurero y las dejo caer. Siento como si estuviera tirando mi propio corazón, duele, ¡cómo duele!

Camino arrastrando los pies nuevamente a mi habitación y no he ni cerrado la puerta cuando gruño y molesta conmigo misma salgo corriendo nuevamente al basurero y gracias al cielo no había ningún desecho más que las cartas, las saco apresurada y siguen en perfecto estado. Me digo mentalmente que sin importar lo que digan, me quedaré dentro de mi cuarto y no saldré ni intentaré hoy, mañana ni nunca encontrar a John por ningún medio.

Las esparzo en mi pequeño escritorio y tomo la número uno. Me tiemblan un poco las manos mientras abro el sobre y saco tres páginas que están impregnadas de letras a ambos lados y mi pecho se comprime. Su letra, el simple hecho de mirarla, me estremece, respiro profundamente y empiezo.

***

Emily, sé que te he lastimado de formas inimaginables y lo sé porque yo también estoy roto. No es una palabra que a los hombres nos guste usar, nos gusta mantener esa imagen de macho impenetrable, y a veces, bipolar. Está de más decirte que ya no hay ni pizca de ese hombre, que ahora soy solo trozos en el suelo que están intentando unirse para poder volver a ti.

John, la mayor de mis adicciones. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora