No soy él

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Di un paso tratándome de dirigirme hacia aquel ser, estaba llena de curiosidad, mi impulso a seguir era fuerte

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Di un paso tratándome de dirigirme hacia aquel ser, estaba llena de curiosidad, mi impulso a seguir era fuerte. Quería saber, quería acercarme a él. Justo en el instante que di el paso siguiente . Ya no estaba más en mi cuarto.

Estaba caminando descalza por un claro. Llevaba los pies sucios, como si hubiera andado durante mucho tiempo, sobre el pasto que evitaba que tocara la tierra directamente. La sensación de mis pies desnudos pisando el pasto, era algo que había olvidado. Al menos no lo hacía desde niña, pero era una de las sensaciones más agradables que había para mí.

El olor de hierba mojada inundaba mis pensamientos, transportándome a las tardes que veía desde mi ventana como llovía, cuando era una niña. Recuerdo que miraba detenidamente la lluvia, como si estuviera esperando ver algo que nadie más pudiera. Como si la lluvia me pudiera ayudar a descifrar los secretos de la vida, de mis pensamientos, de mis sentimientos.

Al fondo había un árbol, solo uno. Mi primera reacción fue correr hasta él, sin que nadie pudiera detenerme. Los más rápido posible. Sentía unas ansias por resguardarme debajo de su sombra.

Corrí sin más. Mientras el viento hacía de mi cabello un desastre. ¿Pero que importaba? Me sentía libre. Sentía que no podría lastimar a nadie.

Cuando estuve a punto de llegar vi a un hombre, que estaba dándome la espalda. 

No podía ver su rostro. Solo veía su pelo. Era un hombre castaño, con cabello ondulado. 

Alto, llevaba una camisa blanca que dejaba ver un cuerpo deportista. Unos pantalones de mezclilla ajustados y unas botas de chico malo, al menos así les decía yo.  Pero eran de trabajo en realidad, le daban un aire sexy y masculino.

Estaba recargado sobre su lado izquierdo en una de las ramas del árbol.

—¿En serio? De todas las formas inimaginable ¿Has escogido verme así?— Su voz me pareció familiar, la había escuchado antes, pero por más que trataba de descubrir dónde la había escuchado, no podía, mientras más pensaba en ello, más estaba lejos de la respuesta.

—¿A qué te refieres?— Dije sin pensarlo mucho. No entendía. Y tampoco comprendía cómo había llegado aquí.

—En realidad sigues en tu cuarto. Esto es algo más parecido a lo que hay en medio de la tierra, y de lo que hay más allá, como ustedes prefieren decirle: el cielo.—

—¿Me asesinaste? ¿Me quedaré atrapada aquí, para siempre?— Dije un poco asustada. Tratando de asimilar lo que estaba pasando.

—Esta es tu interpretación. Esto es lo que esperas ver. Y no has muerto. Sólo que la conexión que tienes conmigo te permite estar aquí. Somos los únicos que podemos venir aquí de forma consciente.

En tu caso tu cuerpo entra en una especie de coma. Al menos eso dicen los hombres que están en esos enormes lugares llamados hospitales. Que en realidad se vuelven algo mucho más importante con el paso del tiempo.

En ellos se abre una especie de atajo hacia mi mundo. Hacía mí.—

—¿Que estoy haciendo aquí? ¿No habías dicho que no podría verte hasta que estuviera lista?—

—Tú has sido la que me ha llamado, y yo solo respondí. Extrañaba esa conexión entre tu y yo. Es raro no poder sentirla.—

—¿Por qué no volteas?—

—Porque no estoy seguro de que en esta forma sea lo mejor.—

—¿En esta forma? ¿Tu eres la sombra alada que vi antes de que tu me trajeras aquí?—

—Tu has sido la que ha venido. Y no, no he sido yo. Aunque ya me he encargado de ello. No debes de preocuparte, al meno no aún. Y sobre mi aspecto. ¿En serio no recuerdas este aspecto? ¿No recuerdas al humano que lucía de esta forma? Aunque tu inconsciente lo recuerda muy bien.—

Su tono, me hacía sentir escalofríos. Era como si estuviera triste. ¿La muerte podría sentir aquello? ¿La muerte podía sentir uno de los sentimientos que siempre la acompañaban?

—¡Quiero verte!— Le ordené prácticamente. Con una voz casi quebrada, mientras sentía como si el aire me faltaba. Era algo parecido a la sensación que tienes cuando tu presión baja.

Y sin más volteó. 

Unos ojos cafés me miraban. Casi con decepción, con reproche. Su rostro estaba enmarcado, por unas pestañas gruesas y rizadas. En su nariz había un par de pecas. Era de piel blanca, pero no de esas que parecían muertos vivientes. Más bien era dorada.

Sus manos eran fuertes. Grandes y cuando las apretaba, podía verse como sus músculos se movían debajo de la piel.

—¿En serio no recuerdas?—

Sin que me diera cuenta, instintivamente moví la cabeza en negación.

—¿Tu deseo, se ha cumplido? Este es el anhelo más grande que has guardado. Volver a ver a aquel ser que creíste matar. Aquel ser que amaste....Creo que tu eres capaz de más cosas de las que te imaginas. Querías mirarlo a los ojos, una vez más. Esa culpa sigue ahí. Crees que tú lo mataste, pero no es así...

Y aunque tenga su aspecto, yo no soy él.—


Canción: Fiction/ The XX

Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora