Quimera

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Adara estaba dormida tranquilamente junto a mí. Pasé mi mano por su rostro, quería inmortalizar esa noche. Quería que no se perdiera ningún detalle en el mar de recuerdos de mi existencia. Que no se extraviara nada de estos momentos a su lado.

Dormía tan tranquila. Y tenía una sonrisa dibujada en su labios, apenas perceptible. Su cabello estaba alborotado.

¿Era cierto? ¿Era mía, al fin?

Un sentimiento que no comprendía me tenía preso. No sabría como describirlo. Ahora no importaba el futuro, en estos momentos ella era mía, era mi dama. 

Admirarla así tan vulnerable me hizo pensar en un futuro que no podría darle. ¿O podría ser capaz? Tonalcihuatl me había prevenido que mi destino con ella, no estaba planeado ahora, que ella pertenecía a este plano, sino hasta perteneciera al mundo de los muertos. Sin embargo Adara siempre había pertenecido al mundo de los muertos de alguna forma, eso no tenía sentido.

Hasta ahora había experimentado casi todos los sentimientos humanos, unos con mayor intensidad que otros. Pero amarla, sentir esa sensación de sentirme completo.

 El amor le había ganado a la muerte. Me había vencido. 

El amor era una fuerza impetuosa, ni siquiera yo había podido contra el. El amor existía, y era la aspiración de todo ser humano. El amorque aunque antes era incapaz de entenderlo, era lo que había estado buscando, aún sin saberlo, y era un privilegio humano deseado por mí.

Era un privilegio que solo Adara me había podido conceder. Ella merecía mucho a cambio y quería dárselo. 

Ese último pensamiento me llevó a uno nuevo. Uno que sería imposible, y que quizás le arrebataría a Adara. La posibilidad de dar vida. Por un momento, sólo un fugaz instante imagine a un niño de pelo platinado. Adara lo sostenía en sus brazos. Hacerlo realidad sería la prueba viviente del peculiar amor que había surgido entre ambos. 

Sonreí al sorprenderme pensar de esa forma. Pero sería imposible, no podía ser posible que un ser destinado a quitar la vida, pudiera darla. Y menos hacerle ese regalo de amor a Adara. Pensé en mí más como un monstruo que soñó con la belleza de la vida. ¿Y si Adara se arrepentía? ¿Si se daba cuenta de lo aberrante de mi existencia?

Ella aún tenía el regalo e la vida, y me había obsequiado parte de él. Mejor dicho lo había arrebatado. Le había arrebatado una parte de ella, de su vida. Pero  había hecho una mejor versión de mí. Ya no era solo un ente que vagaba en las sombras, esperando a llevarse a las almas. Ahora incluso tenía más tacto al llegar por ellas. No sólo era otra alma más que llevar a su lugar. Veía de forma diferente a esas almas, a esas personas. 

Y yo no le podía dar nada a cambio. De nuevo esa sensación que me oprimía el pecho se apoderaba de mí. Sentía que dejaba de respirar mi cuerpo físico. Como si algo se hubiera atascado en mi garganta.

Adara seguía durmiendo plácidamente, podía notarlo en el vaivén suave de su pecho que subía y bajaba pausadamente.

¿Que había hecho? ¿Se quedaría a mí lado? No debí haberme dejado llevar por esos impulsos. Los pensamientos me abrumaban. Odiaba que pasará eso, no era algo a lo que estaba acostumbrado.

Me levanté. Sentí como Adara se movió un poco, pensé que la despertaría, esperaba que no lo hiciera. Aún no estaba listo para verla a los ojos. Estaba consternado por lo que acababa de pasar entre nosotros. No debía de haberme dejado llevar. ¿Había ido muy lejos? 

Estaba dudando, por primera vez estaba lleno de dudas acerca de las decisiones que tomaba.

¡Odiaba a veces esa parte mía humana! Que dudaba, que se contradecía. Esa parte humana no estaba seguro de quererla.

Si Adara estaba conmigo era simplemente por amor, debía aprender a aceptarlo. Debía empezar a aceptar que este amor no sólo era un químera.

Que pudiéramos ser felices sin más, sí lo iba ser. Habían muchas cosas para que todo esto pudiera salir mal. 

De nuevo a mi mente vino esa imagen de Adara sosteniendo un bebé en su brazos. Alguna vez entre sus pensamientos había visto sus sueños de ser madre. Escondidos, en lo más profundo de su inconsciente. Tenía miedo a serlo, pero lo deseaba. Quería serlo, dar ese amor que tenía guardado, que no daba con facilidad.

¿Habría una forma de que pudiera ser.... padre? Esa palabra me sorprendió. Estaba siendo totalmente humano. Incluso albergué esperanza, eso que ellos tienen cuando aún sea un imposible. Sin embargo calmaba mis inquietudes. Mis pensamientos que divagaban en solo quimeras.

Adara volvió a moverse entre las sábanas. Así que decidí ir por sus cosas, antes de que despertara. Había visto algunas cosas guardadas en unas grandes rectángulos rojizos.

Cuando estuviera lista, iba a explicarle que era este lugar. El lugar del señor y la dama de la muerte.

Debía dejar de pensar en quimeras y poner al tanto a Adara de lo que sucedía en la Tierra. Ya que pronto deberíamos tomar una decisión. Y ella tenía un papel importante como dama de los muertos.





Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora