Nardos y Gardenias

73.6K 7.4K 217
                                    

Al llegar a casa mis manos sobre la puerta temblaban. No me atrevía a entrar. Había decepcionado a mis padres. A aquellos que me habían escogido para ser su hija.

No hizo falta que abriera la puerta, pues mi madre lo había hecho por mí. Había estado al pendiente de mi llegada.

Me miró. Acaricio mi peculiar cabellera blanquecina.

Y susurro mi nombre mientras me abrazaba.

Ahí entre sus brazos, me sentí en casa aunque solo fueran los brazos de aquella mujer que me había adoptado. Que se había esforzado por que no me enterara de que no era su hija biológica.
Una mujer atractiva. Casi de mi altura. Tez morena clara y unos ojos achocolatados que resaltaban esa mirada cálida. Que hacia juego con su pelo castaño.

Lo único que pude hacer fue echarme en sus brazos y llorar. Estaba llorando de verdad.

Eran tantas cosas que estaban pasando.Tantos sentimientos. 

El miedo, mi curiosidad. Estaba aterrada y confundida. Incluso estaba dudando de mi misma. Estaba dudando de mi cordura.

Por otra parte estaba también mi familia. Esa familia que me había protegido, que me había elegido a mí. Dentro de todos los bebés que había. Había sido yo.

Solo quería refugiarme en esos cálidos brazos. Quería regresar a ese instante cuando era ajena a todo. Esa mañana de mi cumpleaños.

Como fuera estaba agradecida de tener unos padres que cuidaron de mi. Una familia, un hogar.

Por ello sabía que había hecho mal en irme así. Había defraudado su confianza, su fe en mí.

Pero no creo que ellos entiendan.
Quizás ellos si pensaran que mi cordura estaba perdida.
¿Sería prudente contarles?

—¡No vuelvas a hacer eso! ¡Nos preocupamos tanto!— Decía mi madre mientras se aferraba a mí con fuerza, al igual que yo a ella.

Pero me conocía. Sabía que no necesitaba regaños. No ahora.
Y sólo se limitó a abrazarme. Aunque estaba enojada conmigo. Pero quizás 

Me llevo a mi habitación. Mientras ambas nos abrazábamos.
Yo no podía dejar de llorar.
Mi madre estaba sollozando al igual que yo.

Al llegar a mi habitación me acosté en mi cama y mi madre se acostó a mi lado.

Me acurruque con ella. Y agradecí que ella me hubiera escogido. Que me hubiera entregado su corazón. Que me diera el amor que mi madre biológica no me pudo dar.

—¿Sabes? Cuando te vi ahí, sólita... Tú me robaste el corazón y quise ser tu madre. Esa mujer que estaba dispuesta a luchar por ti.

Me miraste con esos ojos platinados. Eran como plata liquida.— Dijo de manera sorpresiva mi madre. Ella se había negado a hablar de mi adopción.

De alguna manera siempre lo evadía.  Y ahora estaba hablándome de ello. Del momento de mi adopción.

Jaló mi colcha lila y me acobijo con ella. Ella siguió abrazándome. 

Un mechón de su cabello castaño cayó cerca de mi rostro y lo tomé para juguetear. 

 —Perdón...— Fue lo único que pude decir con mi voz ronca por haber llorado.

Mi madre solo besó mi frente.

—Eres mi hija... Y a pesar de que este enojada... Estaba preocupada Ángela. Acabas de salir del hospital y de buenas a primeras... Desapareces...—

Casi estaba por dormirme  cuando ese aroma inundo mis sentidos. Un aroma que hacía tiempo no había tenido tan presente. 

Ese aroma me hacía sentir náuseas. Era un aroma que no soportaba, me traía recuerdos tristes. Como el de nunca haber conocido a mi madre. O el día en que me enteré de la muerte de Adam.

Me estremecí. Sabía lo que significaba. Y es que hace mucho que no escuchaba esa voz en mi mente. Y lo agradecía. Había sido demasiado. Y las cosas habían pasado tan rápido.

Ahora necesitaba procesar lo sucedido. Pero sabía que la muerte de alguna forma quería hacerme saber que estaba cerca. Que esperaría a que estuviera lista.

No quise abrir los ojos. Solo me aferre a mi madre y luché por quedarme dormida sin pensar en ello.

Pero mi cuarto estaba inundado por su aroma.

Olía a nardos y gardenias. 

Un olor dulzón de esas flores blancas. El aroma peculiar que siempre acompañaba a la muerte. Al menos para mí. 

Era ese olor que solo yo podía percibir. No creo que mi madre fuera consciente de el.

Era su olor. El olor de la muerte.


Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora