Reconstruyendo

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"Antes de que se oscurezcan el sol, la luz, la luna, y las estrellas, y que vuelvan las nubes apenas haya llovido...

Ahí va el hombre a su casa de eternidad... la lámpara de oro se rompió se quebró el cántaro en la fuente... El polvo vuelve a la tierra de donde vino, y el espíritu sube a Dios que lo dio."

(Eclesiastés 12)

Cerré mi ojos y me apreté con fuerza contra Nahek, me abrazó. Sus brazos eran cálidos, se estaba cómoda ahí refugiada en ellos. Su aroma se apoderó de mi , y suspiré profundamente. Hacer eso me recordaba que era real. Que estaba ahí.

No fue hasta después de unos instantes que me di cuenta del dolor que sentía en todo el cuerpo. Seguro me iban a quedar unos buenos moretones. Ese dolor que llegó de golpe me devolvió brutalmente a la realidad.

Leo apenas estaba vivo. Tomé una última bocanada de aire antes de volver a abrir los ojos y enfrentarme a la realidad.

Todo lo que deseaba era desaparecer. Pero no podía pedirle a Nahek que desapareciéramos y dejáramos a la Tierra a su suerte.

Al salir de la comodidad de los brazos de mi ángel oscuro, pude darme cuenta del desastre que era la habitación. Vidrios rotos, pedazos de objetos por doquier, sin mencionar las grietas en las paredes que habíamos dejado al haber sido estampados en la pared. ¿Como íbamos a explicar eso?

Me encontré con Amelia recostada en el sofá y la cara de preocupación de Adam, al ver a Leo en ese estado. E Isabella estaba destrozada, ella realmente amaba a Leo, el destino realmente había metido la pata al hacernos almas gemelas.

Salí despacio por aquel pasillo y lo que vi, fue un desastre. Una lámpara rota tiritaba, parecía que en cualquier momento iba a apagarse.

Quería salir corriendo, todo era mi culpa. Y no había una forma de remediarlo. No había una explicación coherente a lo que había sucedido.

Miré mis manos de reojo, estaban llenas de rasguños, pequeñas cortadas de los cristales que habían salido volando de las ventanas y vidrios. Recordaba de una manera confusa lo que había sucedido, me había enfrentado a esa mujer. Algo en mí, había cambiado.

Lo que más recordaba era esa sensación que me había impulsado a querer lastimarla, a querer que dejará de existir. Estaba llena de odio, de coraje, de rabia. Esa parte de mí no la conocía y me aterraba, me daba miedo de lo que podía ser capaz en un arrebato. Ahora comprendía más a Nahek, pero no era una justificación para esas acciones, al final era tomar una vida, con tus propias manos.

Me dejé caer de rodillas y quise gritar pero no salió nada de mí. No tenía caso. No le veía el caso.

Quise llorar pero no iba a arreglar nada. Sólo me quedé en silencio meditando mis posibilidades, mis opciones.

No me di cuenta que Nahek estaba a mí lado hasta que volteé a ver de donde provenía esa voz que escuchaba lejana.

—¿Estas bien Adara?— Preguntó con preocupación.

—No Nahek, no lo estoy. ¿Que va a pasar? ¿Como vamos a explicar esto? ¿Y si Leo muere? ¿Si a Amelia le sucedé algo? ¿Si, nunca vuelvo a ver a mi familia? ¿Si te pierdo?—

Empecé a enumerar todo lo que estaba saliendo mal. Necesitaba una razón, necesitaba volver a la cordura. Las palabras salían apresuradas, torpes de mi boca. Casi rayando en las lágrimas.

—Dame una razón Nahek, una razón para no darme por vencida. Dame una razón por la que todo este sufrimiento, por la que todo esto tenga sentido.—Le dije desesperada.

Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora