Deberes

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Tomé un gran respiro y lo fresco del aire oxigenó mi cerebro. Tenía tantas cosas que resolver y al parecer una iba hilada con la otra. Había algo en el pasado de Nahek y Canek.

Canek parecía querer tomar revancha, eso explicaba lo implacable que era cuando se trataba de querer hacer daño a Nahek. Estaba el misterioso lazo entre Leo y yo. Estaba harta de ese asunto.

Cuando lo recordé sentí un hueco en el estómago. Leo me había pedido que hiciera mis labores cómo dama de los muertos. Hasta ahora había comprendido que me había rehusado a cumplir con mi deber, sólo que no sabía bien la razón para ello, era porque se trataba de Leo, o en realidad había algo que nunca me había planteado, un sólo pero para las cláusulas de ser la dama de los muertos era importante. ¿Cómo iba a enfrentarme a mis deberes de dama de los muertos? Por ahora era algo así como relevada de mis deberes, debía de hacerme cargo de otras cosas antes. Y si Nahek había hecho solo el trabajo por una eternidad unos años o toda la eternidad que quedaba no iba a ser la diferencia ¿o si?

¿Podría quitar una vida? No creía tener la suficiente sangre fría para hacerlo. Eso era algo que no había pensado y mucho menos discutido con Nahek.

Ese hombre me volvía loca. Miré mi mano izquierda, me di cuenta que mi anillo no estaba dónde debería, se apoderó de mí el terror de haberlo perdido, es verdad que se me hacía demasiado pero era mío, Nahek me lo había dado.

Al voltearme para regresar a buscarlo me topé con mi ángel oscuro.

—Nahek, necesito buscarlo... Necesito ir a encontrar...— Empecé a soltar las frases incompletas.
Nahek me miró de una forma tierna y sacó del bolsillo de su pantalón el anillo de lapislázuli.

Respiré aliviada.

—Anoche te lo quité para evitar que te hicieras daño y lo guardé, mi dama.— Me dijo mientras lo sostenía entre sus dedos.

—Pensé que no lo extrañarías.— Me dijo para hacerme enojar un poco.

—Nahek me lo diste tú, es lo más cercano a un anillo de bodas. Perderlo sería imperdonable.— La última frase la dije más bajito, sólo para que el me escuchara. Para ese momento yo estaba cerca de él, su aroma me tranquilizó, y su cercanía me hacía sentir segura.

— No lo perdiste, querida.— Lo último me hizo sentir cosquillas en el estómago.

— No puedo creer que existas Nahek, y que te ame cómo lo hago. Siempre pensé que ese amor en el que sacrificas todo por el otro sin importar nada, nunca lo viviría, que era imposible, y ahora estás aquí. Conmigo y eres mío.— Nahek me sonrió, besó mi mano y de nuevo deslizó el anillo azulado por mi dedo anular.

— Para mí era impensable encontrarte, y lo hice.
Supongo que somos dos imposibles imposibilidades que sólo sucedieron.— Me contestó mi ángel.

— Quizás eso es lo que necesitábamos, dos imposibilidades para que fuera posible lo imposible. — Le contesté sonriendo. Nahek me sonrió de vuelta.

—Amo cuando sonríes Nahek, deberías hacerlo más seguido.— Sin pensarlo dije en voz alta mis pensamientos.

De pronto surgió una idea, estábamos muy cerca de un cenote. En el mapa aparecía cerca, la primera vez que venimos. Quería un momento a solas con mi ángel, necesitaba tiempo en sus brazos.

Deslicé mi mano por su brazo hasta tomarlo de las manos y de ahí lo jale para que me siguiera.

Nahek no opuso resistencia, sólo me siguió guiado por la curiosidad.

Caminamos unos minutos, hasta llegar al lugar, bajamos un poco por un camino que seguro habían hecho las personas que iban a ese lugar. Había algo de magia, había tanta paz. Al llegar por unos instantes admiramos aquél lugar, era impresionante, parecía un Edén en la Tierra.

Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora