De pronto estaba frente a una hermosa puerta tallada de madera, en ella había hermosos relieves con querubines tallados. Pequeños seres alados con mejillas esponjosas.
No es que fuera religiosa. Mis padres lo son a su manera, por ello crecí con cierto amor a Dios. Aceptando esa fuerza mayor, superior a los humanos. Mis padres no iban a misa cada domingo, tampoco a ellos les gustaba irse a dar de golpes en el pecho, así es como ellos dicen. Mis padres más bien creen en lo que tus acciones dicen de ti. Así que nunca me impusieron creer en un Dios, o una religión, supongo que creía a mi manera. No necesitaba de ir a misa cada domingo, ni de un edificio adornado de una forma ostentosa, después de todo se nos enseña qué Dios está en todas partes.
No veía la necesidad de ir a misa a darme golpes de pecho, al final casi siempre a todos les entra por un odo mostrando arrepentimiento momentáneo y en cuanto salen vuelven a ser los mismos de siempre. Aun así, había algo en las iglesias que me atraía. Quizás era esa paz, ese silencio que suele reinar en ellas. Y algo de melancolía por una paz prometida, por una vida después de nuestra muerte.
Al crecer y leer acerca de La Ilíada o La Odisea, las culturas egipcias, griegos, romanos y muchos otros temas. Mi perspectiva hacia la religión había cambiado. Creo, pero no puedo evitar que, al escuchar el sermón de los sacerdotes, mi mente lo cuestione todo. Seguro hay algo más, debe haberlo. Necesito creer que lo hay, y no solo está la nada y desaparecemos. No obstante, eso no impide que no sea solo un borrego que cree en todo sin más. No todo era lógico y congruente. Creo en Dios o en esa fuerza superior, como gusten llamarla. Cada quien puede llamarla como le plazca y crea, al final todo se resume a tratar a los demás con respeto, a ayudar cuando sea necesario, ver por ti, siempre y cuando no perjudiques a los demás. Cuando no dañes a tu prójimo.
A pesar de no estar del todo de acuerdo en lo que nos enseñaba en la iglesia, iba seguido. Las iglesias suelen ser piezas arquitectónicas de gran valor. Y me gusta ir a ver cada retablo, cada pintura o cuadro que había en la iglesia a la que asistí desde pequeña. Todos ellos parecían querer gritar una verdad que nos era ocultada. Una verdad a medias nos era contada cada domingo que iba a misa, o tal vez era mi necesidad de creer en algo más, quería creer en Dios, en el bien. En que quizás tenemos un destino que sirve a un bien común. Necesitaba tener fe en el lado bueno de la humanidad, en el lado virtuoso de nuestras existencias. Pero sobre todo tener fe, en que había algo más después de esta existencia. Eso era lo que me tranquilizaba cada vez que pensaba en la muerte, en mi futuro. Algunos dicen que tener fe es dejar tus decisiones a algo más, y no tomar las riendas de tu vida en tus manos. Pero siendo honestos, hay veces en los que tienes que soltarlas un rato, o podrías enloquecer, yo no digo que no te hagas responsable de tu vida, ni que lo dejes al azar, simplemente hay veces que tienes que confiar. Tenemos esa necesidad de confiar en algo más, para luego retomar tu vida.
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Cuando la muerte se enamore
FantasyLIBRO 1 ¿Qué es lo que pasaría, si la muerte te perdonara la vida? ¿Si aquel ser extraño al que muchos le temen, pudiera ¿De verdad aquel ser es tan cruel y despiadado? O sólo es un ente que vaga solo en las penumbras, un ser odiado por muchos y...