El Ángel y el Demonio

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Estaba parado frente a aquel espejo, que sólo me devolvía mi reflejo, estaba completamente solo como al principio, se sentía el vacío que había dejado Adara

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Estaba parado frente a aquel espejo, que sólo me devolvía mi reflejo, estaba completamente solo como al principio, se sentía el vacío que había dejado Adara. Era extraño, desde que había llegado a este mundo, que tenía un cuerpo físico no había tenido tiempo de reparar en él, de verme con detenimiento, no era algo que me importara mucho.

Al ver mi reflejo detenidamente por primera vez, me di cuenta de mis ojos azules, grises. Eran tan parecidos a los de mi dama, ahora podía entender a que se refería cada vez que me decía que le gustaba mirarlos, de la misma forma en que me gustaba mirar los suyos. Aunque recordaba el momento en que estos se empezaron a entintar de este color cuando la había salvado.

Aquel recuerdo sólo hizo que sintiera un pinchazo en alguna parte de mi cuerpo físico, cómo reflejo apreté el vaso de cristal que contenía un liquido marrón. Por primera vez, sentía el efecto que buscaban los humanos al refugiarse en ese peculiar liquido, y que era narrado en los libros. Ahora era más humano y al fin podía sentir el efecto del alcohol adormeciendo mis sentidos, los aztecas solían decir que en este habitaban diferentes demonios, y dependiendo del estado en el que el alcohol te ponía, un demonio diferente se apoderaba de ti, de tu carácter. Sonreí, quizás no era el mejor momento para el alcohol.

Mis sentidos estaban aturdidos, nebulosos. Estaba adormilado y lo agradecía un poco. Me había quedado solo, sin ella aquí estaba de nuevo confinado en mi propia prisión. Estaba hecho un desastre, la camisa blanca estaba arrugada por completo, mi pelo estaba despeinado, estaba seguro que Adara de verme estaría asustada, y me regañaría. Y yo mismo lo haría, pero no había podido hacer nada por detenerla.

Sonreí al pensar en Adara regañandome, sólo ella podría regañar al gran señor de los muertos.

Seguro ahora era una decepción para mi dama.Ella no comprendía la soledad, ni el temor que sentía a la soledad sin su compañía, tenia miedo de volver a estar solo. Era algo torpe tratando a la humanidad. Era mejor con las almas, con aquellas pequeñas luces que irradiaban, y revoloteaban por aquí, pero no podías sostener precisamente una platica con ellas, o besarlas.

En la otra mano sostenía el anillo de hojas plateadas, con una piedra en gota azulada, y varias caras talladas en los bordes de esta. Había sido poco romántico la forma en la que se lo había dado, aunque fue un impulso, sentí que el momento se escapaba de mis manos y no quise dejarlo ir. Además el romance no era mi punto fuerte exactamente, el amor y la muerte no eran algo que se pudieran poner juntos y sin embargo ahora la muerte, yo estaba enamorado de Adara. 

Dejé el vaso sobre la mesita más cercana. Y me dejé hundir en aquella cosa que llamaban sofá. Tenía que dejar de lamentarme y ser valiente cómo lo había sido mi dama. Tenía que confiar en ella, y debía controlar mis sentimientos. Era necesario, debíamos de lidiar con Lilith mientras ella estaba ausente. 

Tomé unos instantes para controlar esos sentimientos que me ofuscaban, lidiar con ellos al mismo tiempo, era una pugna ya perdida para mí. Y Adara lo hacía empeorar, lo que quiera que fuera esto que sentía ella lo intensificaba, y a la vez serenaba mi temperamento.

Cuando la muerte se enamoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora