29 de septiembre 2016

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Espero les guste este capítulo @koraRomberg y @LanadelBae8. Fue escrito para su deleite.

Gracias por seguir leyendo

Un beso

Ha transcurrido un mes desde que Martijn llegó a Estocolmo. Lo he visitado cada dos o tres días para que no se sienta demasiado solo, sin embargo apenas y entablamos conversación. Los pocos intentos de dialogar terminan siempre en discusiones y me acabo marchando furiosa. A pesar de ello le he comprado un piano y pintura de colores cálidos para que tiña las paredes a su gusto. No rechazó los regalos para sorpresa mía y ahora el piso se ve mucho más alegre en ese sentido.

Por otro lado, las cosas con respecto a Verwest no han progresado. Tanto Bergling como Lindblad han seguido sus investigaciones para dar con su paradero, mas todas han sido en vano.

No obstante, la noche de ayer ha sucedido un encuentro insólito.

Todo comenzó cuando Tim y yo terminábamos de ejercitarnos en el gimnasio por la tarde. Alessandro se había marchado media hora antes de lo habitual para ir con Sophy al teatro, así que Bergling y yo estábamos solos. En punto de las seis, los dos nos apartamos de los aparatos y bebimos un poco de agua.

-Hoy has hecho más series de lo habitual.-comentó Tim cuando ya íbamos saliendo del gimnasio.

-De algún modo debo de desahogarme.-dije expirando.

Tim sonrió condecendiente.

-¿Qué vas a hacer ahora? ¿Tienes planes?-inquirió él.

-No. Ninguno.

-¿Te gustaría salir a cenar conmigo?

Me detuve en ese instante y lo miré fijamente sin saber realmente qué contestarle.

-¿Es una cita?

-Sólo si quieres que lo sea.-contestó él con aire tranquilo.-Lo único que intento es que te sientas mejor. No pretendo meterme en tus asuntos, pero te ves agobiada. Y la verdad es que sólo sales de la mansión para hacer las compras y para visitar a Martijn.

Tenía razón como casi siempre, así que acepté su propuesta. Me fui a dar una ducha rápida y posteriormente busqué algún vestido en el guardarropa. Encontré uno negro muy sórdido y lo combiné con unos tacones no demasiado altos. Me maquillé las ojeras y me dejé el cabello suelto. Cuando volví a bajar Bergling ya me esperaba al pie de la escalera vestido elegantemente.

Salimos de la mansión rumbo a un club de jazz del cual me iba hablando con entusiasmo durante el camino. Me sorprendió que a él le gustara el jazz, sin embargo no era la primera vez que Bergling me asombraba con algún secreto de su personalidad. Por mi parte, no bailaba una pieza de ese estilo desde los años cincuenta, así que al llegar y contemplar la fachada tan retro del lugar, sentí una emoción inmediata. Al parecer Tim ya tenía una mesa reservada por ende no hubo necesidad de esperar un lugar. Entramos y nos sentamos cerca de la pista. Una banda tocaba música en vivo al lado de un pianista muy diestro. La decoración también era sublime, daba la impresión de están en un bar de Nueva Orleans un siglo atrás.

Bergling ordenó vino y un aperitivo a base de camarones para comenzar. Conversamos sobre el estado del tiempo, la unión europea, la Segunda Guerra Mundial. Cuando llegó el filete de salmón con aderezo de cilantro, Bergling comenzó, sin notarlo, a hablarme de él mismo, de lo que le atemorizaba cuando asistía al instituto; de lo mucho que le gustaba dar largas caminatas en el bosque; de Oliver, su única mascota, a la cual había tenido que acabar regalando a alguien más y finalmente de sus relaciones con otras chicas.

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