11 de agosto 2016

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Tim, Alessandro y yo hemos volado ayer por la noche a Venecia donde, hasta el momento, sabemos que se hospedará Michiel Verwest por un par de días. El lugar es el famoso Hotel Palazzo Giovanelli localizado sobre el Gran Canal y aproximadamente a un kilómetro de la Plaza San Marco. Lo conocía desde hacía tiempo ya que he pasado frente a él en muchas ocasiones, es un edificio de cinco pisos de color blanco y estilo antiguo; sin embargo jamás lo había recorrido por dentro, aunque una vez que hemos llegado a la entrada en una pequeña embarcación, ha sido como si yo misma lo hubiese diseñado, y es que Tim y Alessandro se las apañaron desde julio para conseguir los planos del interior del hotel con el fin de prever con precisión cada paso que daremos el 12 de agosto en busca de Verwest. La habitación reservada por él es una suite de lujo con vista al canal en el tercer piso a la cual llegará aproximadamente a las cuatro de la tarde del viernes. Con suma cautela, una de las asistentes de Bergling ha seguido sus órdenes para reservar dos habitaciones: una en el cuarto piso con vista al canal donde se aloja Alessandro y otra, en el quinto piso con tragaluz para mi y Tim.

Alessandro hizo su check in primero y subió a su habitación a dormir, después lo hemos hecho Tim y yo. A la vista de todos pasaríamos como una pareja que va de vacaciones románticas como miles otras a Venecia, incluso si revisaran las cámaras verían que vamos muy contentos con nuestras maletas, atravesando los pasillos de relucientes pisos de mármol y finos acabados de madera. Pero una vez que hemos llegado a la habitación Tim ha vuelto a sacar la lap top y hemos repetido el plan otra vez antes de ir a dormir. Esa noche compartimos una cama para dos pero no tuvimos ocasión ni de darnos las buenas noches debido al pesado cansancio que nos cargábamos.

Esta mañana me desperté hasta las diez y media. Cuando abrí los ojos Tim ya no estaba en la habitación, así que, sin muchas ganas de hacer nada, encendí el televisor y llamé a la recepción para que me trajeran el desayuno al cuarto. Pagué en efectivo y disfruté de jugo, café y un par de croissants con mermelada mientras miraba una película italiana de los años ochenta en un canal local. Al cabo de una hora Bergling estuvo de vuelta. Hizo un par de llamadas y revisó sus correos mientras yo me daba una ducha y volvía a salir vestida con ropa adecuada para el extremo calor del verano y sandalias.

-He ido con Ale a desayunar al Caffè Florian.-me dijo Tim tranquilamente sin que le pidiera una explicación de dónde había estado.-La verdad es que te vi muy cansada y no quise despertarte.

-Está bien. Me ha servido descansar.-respondí.-Aunque he de confesarte que siempre me ha dado curiosidad entrar a ese lugar.

-¿Y por qué nunca has ido?-inquirió Tim cerrando su lap top.-El servicio no es el mejor, debo de reconocerlo, pero es un lugar con bastante encanto. No sé bien cómo explicarlo... Da la impresión de volver muchos años en el tiempo. Quizás eso te gustaría.

-Quizás.-respondí pensativa al tiempo que guardaba mi pijama dentro de la maleta.

Después de casarnos Martijn y yo conseguimos financiarnos un viaje corto a Venecia con el dinero de la venta de su granja y la de una joya valiosa de los frascos que Sophy y yo solíamos esconder. En aquella ocasión pasamos frente al Caffè Florian pero decidimos no entrar debido a que no había mesas vacías. Volveremos en la siguiente ocasión, ¿vale? Prometió él con entusiasmo, sin embargo aquello nunca llegó a cumplirse. Posteriormente, en las ocasiones en que volví a viajar a Venecia sola ya no me dieron ánimos de entrar e incluso trataba de no volver mí vista hacia ese establecimiento cuando rondaba por Plaza San Marco. Esperaba que, cuando viajase con Anton como habíamos acordado, antes de que me marchara a Suecia, finalmente pudiera tomar el desayuno allí, viendo pasar a todos los vacacionistas desde mi silla. Pero, a estas alturas la idea de entrar al Caffè Florian quedaba descartada. No, en definitiva no deseaba entrar sola allí o acabaría ensimismada en recuerdos absurdos.

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