Tomé las llaves de un BMW que Tim tenía en la cochera y salí de la mansión cuando la lluvia ya caía a cántaros en Estocolmo. Tarde alrededor de una hora en pasar a un cajero automático y sacar todos los euros que pude, después detenerme por sushi en un restaurante japonés y por un bote de helado al súper mercado. Cuando llegué frente al edificio donde se hallaba el piso de Bergling ya eran casi las seis de la tarde. Aparqué el auto y bajé a prisa para no mojarme con la lluvia. El hombre que se encontraba a cargo de custodiar a Martijn se ofreció a ayudarme con todo lo que llevaba, pero le dije que prefería hacerlo sola. Subí hasta el último piso en el ascensor cargando las bolsas de comida y un sobre con los euros dentro. Al abrir la puerta escuché el sonido del televisor a lo lejos. Cerré dándole una patadita a la puerta.
-¿Mar?-escuché la voz de Martijn al instante.
-¡Hola!
Oí unos pasos correr rápidamente y de pronto apareció él por el pasillo con una sonrisa de hito a hito. Se acercó y me ayudó con las bolsas. Dejamos todo en la mesita baja que se hallaba en medio de la sala. En el televisor se estaba transmitiendo un partido de soccer entre Holanda y Suecia. Él volvió a tomar asiento en el sofá y sin quitar la vista de la pantalla abría torpemente las bolsas y sacaba las cajas de sushi. Aproveché su distracción para dejar el sobre con los euros en el desayunador de la cocina, así como un cheque que saqué del bolsillo de mi abrigo. La calefacción estaba encendida, por tanto me quité el abrigo, las botas, los pantalones de piel y los calcetines. Fui a la habitación de Martijn y me cambié la blusa de manga larga por una camiseta negra suya. Finalmente cogí dos cervezas del frigorífico y volví a la sala, pero él no pareció notarlo. Tomé mi caja de sushi y me senté junto a él en el sofá. Afortunadamente faltaban sólo veinte minutos para que terminara el partido. Comimos sin hablar hasta entonces.
-¡Oh, sí!-exclamó Martijn muy contento cuando el reloj se detuvo y el marcador quedó a favor de Holanda. Apagué el televisor discretamente. Me miró por fin metiéndose uno de los pocos rollitos que le quedaban en la boca con los palillos. Habló con la boca llena, emocionado.-Excelente partido, ¿no crees? Holanda va a llegar muy lejos en el mundial que viene. Lo escuchaste primero de mí, no lo olvides.
-No lo haré.
-¿Cómo estás?-inquirió él más tranquilo después de un minuto en silencio.- ¿Cómo te fue con el señor Hedfors?
-Bien.-respondí sin más.
-¿Ya le dijiste que tiene un yerno?
-Ya.-me comí mi último rollito y dejé la caja y los palillos dentro de la bolsa de nuevo.-Pero no tengo muchas ganas de hablar del viaje ahora. Estoy cansada.
-¿Entonces de qué quieres hablar?
-De nada. Sólo quiero que me abraces y veamos una película o algo (que no sea soccer). Traje helado.
Soltó un suspiro.
-Vale.
Elegí ver Casablanca mientras metíamos cada quien su cucharita dentro del bote de helado de café y nos lo la dábamos mutuamente a la boca. Habíamos visto esa película alrededor de unas treinta veces así que en cuanto el helado se acabó dejamos de prestarle atención. Martijn me envolvió en sus brazos y comenzamos a besarnos en el sofá durante un buen rato. La noche ya había caído y la única luz era la que provenía de la pantalla del televisor.
Desabotoné sus bermudas y se las bajé a prisa al tiempo que él hacía lo mismo con mi ropa interior. Tuvimos que contorsionarnos un poco para lograr hacerlo en el sofá sin caer a la alfombra. Tardamos mucho más de lo que solíamos acostumbrar, sin embargo cuando terminamos Casablanca seguía pasando en el televisor. Cogí el control remoto y presioné el botón de apagar. Quedamos en completa oscuridad.
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Quema las páginas
Fiction généraleHan transcurrido diez años desde que Mara decidió aislarse en un apartamento en los suburbios de Los Ángeles para llevar una vida de pequeños trabajos y modestos placeres. Sin embargo, al correr ya los últimos días de primavera llegará a su puerta u...